¿Qué ideas tenemos del hombre que maltrata a la mujer es o fue su pareja?
¿Qué imágenes se nos vienen a la mente?
Pueden ser imágenes monstruosas, deformadas por la imaginación, los femicidios en la televisión, por algún relato de una mujer que lo ha sufrido en carne propia. Pero también pueden ser las imágenes de los papás de amigos del barrio, del vecino, de nuestro propio padre en la infancia, raramente de nosotros mismos.
Distintos estudios han intentado establecer tipologías de hombres agresores de sus parejas y exparejas en base a tres dimensiones:
- La
gravedad de la violencia,
- La
generalidad de la violencia (hacia su mujer, niños y demás personas) y
- La
presencia de psicopatología clínica y trastornos de personalidad
(Johnson y Ferraro, 2000).
La búsqueda de factores que se puedan agrupar y a partir de
estos establecer diferencias entre los hombres que maltratan, va a tener
repercusiones prácticas para el manejo clínico de estos casos.
¿Qué dice la evidencia?
Holztworth-Munroe y Stuart (1994) elaboraron una tipología que fue muy difundida en Estados Unidos en la década de los 90 y a principios de 2000. A partir de un análisis de 15 investigaciones, y considerando:
a. Severidad de la violencia (así como su frecuencia y los abusos sexuales y psicológicos);
b. Generalidad/extensibilidad de la violencia (exclusivamente familiar o fuera del entorno de la familia; incluía también las variables de conducta delictiva y antecedentes legales);
c. Psicopatología de los maltratadores (y los trastornos de personalidad asociados).
Llegaron a la conclusión que hay tres
subtipos de hombres que maltratan:
• Pasivos/dependientes:
es el grupo que presentaría menor severidad en la violencia física y menor
probabilidad de ejercer abuso sexual y psicológico. El maltrato de este grupo
se restringe exclusivamente a los miembros de la familia y es muy poco
frecuente que cometan actos de violencia fuera del hogar o realicen otros tipos
de delitos. Suelen presentar bajos niveles de abuso de alcohol. Representaban
alrededor del 50% de las muestras.
• Disfóricos/Límites:
alrededor de un 25% de las muestras analizadas, manifiestan un grado moderado o
severo de maltrato, incluyendo también el abuso sexual y psicológico. Al igual
que el grupo anterior, su violencia se restringe, generalmente, al núcleo
familiar, aunque pudieran existir algunos hechos de violencia fuera de esta.
Los hombres incluidos en esta categoría son los más
disfóricos/límite, psicológicamente angustiados y emocionalmente volátiles.
Pueden evidenciar características de personalidad esquizoides y límite, y
presentan problemas de abuso de alcohol y drogas, marcando altos niveles de
depresión e ira.
• Generalmente violentos y antisociales: representan un 25% de todos los hombres violentos considerados en las distintas investigaciones. Ejercen violencia de pareja de moderada a severa, incluyendo el abuso sexual y psicológico. Son los que presentan mayor agresividad extrafamiliar y poseen amplios historiales de conducta criminal y antecedentes policiales. Tienen un elevado consumo de alcohol y drogas, y es frecuente que presenten un trastorno de personalidad antisocial o una psicopatía.
Dutton y Golant (1997), describen en
su libro El golpeador, que las personas que maltratan a sus parejas pueden
clasificarse en 3 categorías:
• Agresores
cíclicos/emocionalmente inestables: es una categoría extensamente
desarrollada por Dutton. Les caracteriza por su incapacidad para expresar los
sentimientos y por la intensa necesidad de controlar sus relaciones íntimas,
son celosos y mantienen un estado de ánimo cíclico, por lo que experimentan
cambios bruscos y son fácilmente irritables. Ejercen principalmente violencia
emocional, humillando y avergonzando a sus parejas, aunque también son
propensos a utilizar el maltrato físico.
• Agresores
hipercontroladores: se caracterizan por ser controladores, exigen
subordinación total y no toleran que sus parejas cuenten con recursos propios.
Son abusadores emocionales (descalifican el trabajo y las iniciativas de la
mujer), que controlan minuciosamente sus actividades y el dinero. Existen dos
subtipos:
a) Activos: son los fanáticos del
control, necesitan dominar al otro, son minuciosos, perfeccionistas y
dominantes.
b) Pasivos: son distantes con sus
parejas y las rechazan emocionalmente.
Acumulan tensiones sin reaccionar, hasta que explota.
Frente a los conflictos toman distancia o se cierran. Utilizan largos monólogos
y técnicas de lavado de cerebro con la mujer. La crítica, la humilla, pone a
los hijos en su contra. Tiene ideas rígidas acerca de división de roles,
educación de los hijos, etc. Espera que la mujer se ajuste a las normas que él
considera las correctas. Utiliza ataques verbales y/o supresión del apoyo
emocional (indiferencia). Se muestra colaborativo en la entrevista con un/a
profesional.
• Agresores
psicopáticos: se caracterizan porque además de maltratar a sus parejas,
también agreden a otras personas y cometen diversos tipos de delitos, es decir,
ejercen una violencia generalizada. Para determinar los rasgos que definen a
estas personas, Dutton y Golant (1997) recurren a los estudios realizados por
Hare sobre la psicopatía y señalan que estos tienen una falta de consciencia
moral y de sentimiento de culpa, incapacidad para ponerse en el lugar de otro,
escasa o nula expresión emocional, imposibilidad de mantener objetivos a largo
plazo y de establecer proyectos realistas. La mayoría tiene conductas
marcadamente antisociales. También resalta que se encuentran controlados y
calmados cuando agreden a sus parejas. Se resiste a analizar o discutir los
problemas del pasado. Puede graduar su conducta violenta, de modo de no dejar
huellas. Calcula fríamente la utilización de su conducta violenta para dominar.
Echeburúa, Del Corral y Amor (1999), en cambio, establecen dos formas de clasificar a las
personas que maltratan según dos variables:
·
La extensión de la
violencia: describiendo dos subtipos:
-
Los que solamente son
violentos dentro del hogar: representan el 74% de las personas que han asistido a
su programa de intervención. Se caracterizan por ejercer un maltrato grave y
por mantener una doble imagen -doble fachada- fuera del hogar se muestran
tranquilos y amables mientras que dentro son agresivos. La violencia se
desencadenaría por las frustraciones o los celos patológicos.
-
Las personas violentas
en general: representan el 26% de las personas que han asistido a
su programa de intervención. Ejercen violencia tanto dentro como fuera
del hogar, mantienen la idea distorsionada de la utilización de la violencia
como medio de resolución de conflictos y generalmente han sufrido maltrato
infantil.
· Perfil psicopatológico presentado:
-
Personas con déficits
en las habilidades interpersonales: representan el 55% de
los casos de su programa de intervención. Emplean la violencia como estrategia
de afrontamiento de los problemas, tienen una marcada carencia de socialización
y de las habilidades adecuadas para las relaciones interpersonales.
-
Personas sin control
de impulsos: son el 45% del total de sus atendidos. Tiene episodios
bruscos e inesperados de descontrol, son incapaces de dominar su agresividad,
aunque tienen consciencia de lo inadecuado de la conducta que ejercen.
Concordando con la
mayoría de los autores, Echeburúa, del Corral y Amor indican que los
maltratadores no tienen un trastorno psicopatológico específico, pero destacan
que en algunos casos sí aprecian algunas enfermedades mentales, como la
psicosis. Con respecto a los trastornos de personalidad, señalan que podría
relacionarse con el trastorno antisocial.
John Gottman y Neil Levenson (2001) a partir de una investigación que realizaron con parejas
violentas, concluyeron que si bien es erróneo afirmar que todos los hombres que
agreden a sus parejas son iguales, sí se puede establecer una clasificación a
partir de una importante diferencia: existirían hombres que cuando maltratan a
sus mujeres interiormente se encuentran tranquilos y les disminuye el número de
pulsaciones cardíacas, mientras que otro grupo, cuando agreden, interiormente
se alteran y las pulsaciones aumentan considerablemente.
A partir de esta
diferencia establecen dos categorías de maltratadores:
-
Los cobras: representan al 20% de las personas que ejercen
violencia contra sus parejas y se caracterizan por ser más agresivos
emocionalmente al comienzo de una discusión. A pesar de que parecen alterados
al momento en que ejecutan la agresión, por dentro mantienen la calma mientras
agreden verbal o físicamente a sus mujeres. Son más propensos a usar armas en
las agresiones físicas y pueden llegar a ser muy violentos.
Podría asimilarse a un perfil psicopático (no
necesariamente antisocial), característico por las respuestas de ‘sangre fría’,
mucho autocontrol, donde no hay furia ni depresión, se produciría la
inoculación de sentimientos en la mujer a través de mecanismos denominados de
introyección proyectiva (desde la psicología psicodinámica) donde prevalecen
los sentimientos de triunfo y desprecio en el hombre.
Manifiestan una tendencia marcadamente antisocial y
delictiva en la adolescencia y sus conductas agresivas poseen un alto grado de
sadismo; además, son violentos fuera del círculo familiar y tienen una menor
dependencia emocional que el otro grupo. No son celosos, pero sí hedonistas e
impulsivos; aunque pueden pedir perdón después de una agresión, no lo sienten realmente,
creen tener derecho a todo lo que desean y maltratan para que nadie interfiera
en sus objetivos. Las relaciones que establecen son superficiales y además,
abusan de alcohol y drogas.
Los autores expresan que algunas personas de esta
categoría son psicópatas o antisociales -en un 90% han sido diagnosticados de
antisociales- se muestran incapaces de mantener relaciones íntimas y de mostrar
interés por el otro. Sus parejas son instrumentos para obtener placer y para
satisfacer sus necesidades.
La historia familiar está marcada por el maltrato o
abandono emocional (el 78% procede de familias en las que se ha producido algún
tipo de violencia, mientras que ese porcentaje disminuye al 51% en el caso del
segundo grupo); es decir, que sus familias de origen son más violentas y, en un
porcentaje elevado, tanto la madre como el padre los maltrataron.
-
Los pitbulls: al contrario que los
cobra, se alteran interiormente, son más dependientes y celosos, y sienten
terror a ser abandonados. Agreden únicamente dentro de su familia (sólo el 3%
manifiesta violencia generalizada, contra el 44% de los cobras) y no tienen
historial delictivo. Es común que en su familia de origen el padre maltratara a
su madre.
Necesitan tener el control absoluto de sus parejas,
pero a diferencia de los cobras que controlan para obtener placer, éstos lo
hacen por el pánico que sienten a ser abandonados. También a diferencia de los
cobras, que pueden cambiar de víctima con más facilidad, los pitbulls no dejan
a sus parejas tranquilas incluso después de la separación. En este sentido, si
bien son menos violentos que el primer grupo, a la larga, cuando la mujer
concreta el divorcio, pueden ser muy agresivos e incluso llegar a matar a sus
parejas.
Según estos autores, los pitbulls abusan de alcohol y
en menor medida de otras drogas, a diferencia de las cobras que pueden consumir
todo tipo de sustancias.
También estos autores,
John Gottman y Neil Levenson, denominaron ensamblaje fisiológico al
contagio de la aceleración fisiológica en la interacción de la pareja. Este
ensamblaje fisiológico, cuando se analizan con detalle las emociones
subyacentes, no es simétrico, sino que existen sutiles diferencias en la
devolución y el contagio de elementos negativos de las mujeres y de los
hombres. Las emociones negativas que predominan entre los hombres son ira y
desprecio, mientras que las correspondientes a la mujer son tristeza y miedo.
Otra tipología
elaborada por Saunders (1992, 2003), clasifica a estas personas en tres tipos:
los que ejercen violencia sólo dentro de la familia, los que son
violentos de manera generalizada y los emocionalmente volátiles. En ese
estudio se exploran diversas variables como: contexto de la violencia, maltrato
infantil, violencia física, nivel de abuso psicológico, sentimientos, rigidez
de pensamientos de género, satisfacción del matrimonio, consumo de alcohol y
drogas, y realización de tratamientos anteriores.
Otra tipología es la
creada por Michael Johnson (1995, 1999 y 2005). Este autor señala tres
categorías de maltrato que distingue a partir de la función que tiene la
violencia en las relaciones de pareja. Su clasificación no parte de analizar
las características del agresor, sino que cómo la violencia sirve para ejercer
el control y la dominación en las relaciones.
En este sentido
desarrolla tres categorías:
-
Terrorista íntimo -anteriormente llamado terrorista patriarcal-:
describe a las personas que utilizan la violencia para dominar y tomar el
control total de la relación. Es un maltrato perpetrado casi exclusivamente por
hombres. Éstos tienen la necesidad de tener el control permanente y general
sobre la mujer y buscan, a través del maltrato, dominar constantemente todos
los espacios de ella.
La base que causa este tipo de violencia es la
diferencia cultural de género producto de la desigualdad de poder que subyace
en la sociedad. En este sentido, Johnson expresa que el modelo explicativo
creado en la ciudad de Duluth, Minnesota (Pence and Paymar, 1993), es esencial
para entender el terrorismo íntimo o patriarcal.
Este autor afirma que cuando se habla de violencia
doméstica o de pareja y del hombre maltratador, se hace referencia
exclusivamente al terrorista íntimo.
-
Resistencia mediante
la violencia: son las personas que
reaccionan al intento de ser controlados, es decir, que es en realidad una
respuesta ante un maltrato previo. Es generalmente realizado por las mujeres que
son víctimas de la violencia de pareja. En este caso, se produce como una
reacción contra el maltrato que se sufre.
Ante una agresión, las mujeres responden de formas
diferentes. Algunas se abandonan reaccionando con sumisión ante los ataques y
otras, en cambio, tratan de liberarse de diferentes maneras, una forma es
enfrentarse y defenderse del maltrato con otra agresión.
En este caso, señala el autor, la respuesta de la
mujer no puede ser considerada bajo ningún punto de vista como un maltrato
dirigido al hombre, sino que es una conducta de reacción de la víctima para
protegerse y en muchos casos salvar su vida o la de sus hijos. En este caso la
agresión de ella no es violencia porque no tiene el objetivo de imponer o
controlar al otro, sino que, por el contrario, la de liberarse de esa opresión.
-
Violencia
circunstancial: se produce a partir de conflictos y tensiones
específicas dentro de la relación. Puede ser realizada tanto por hombres como
por mujeres. En este tipo de agresión, la necesidad de control se produce ante
situaciones conflictivas en las que se elevan las tensiones, provocando una
reacción violenta en alguno de los dos, que puede ser de menor importancia si
en la discusión en la que, por ejemplo, uno empuja o le da una bofetada al otro,
hay un arrepentimiento inmediato, se disculpa y no vuelve a hacerlo nunca, o
puede ser un problema más duradero si el conflicto persiste, pero la violencia
no se generaliza porque aparece solamente ante esas situaciones.
En este caso, la búsqueda de control no es permanente
como en la primera tipología descrita, sino que es puntual, surge a partir de
una lucha de poder por un tema concreto -reparto de bienes, guarda y custodia d
ellos hijos, etc.-. Ésa es su gran diferencia; si, por ejemplo, señala Johnson,
ninguno de los dos intenta controlar generalmente al otro, entonces se trataría
de un caso de violencia circunstancial.
El maltrato puede ser incluso frecuente si se repite
la situación que la provoca y, además puede ser muy grave porque la severidad
de la agresión no es una característica que la diferencie de los otros tipos de
violencia, ya que pudiera ocurrir que un hecho circunstancial produzca un
homicidio y, por el contrario, un maltrato permanente general y sistemático que
no utilice el abuso físico. Aunque esto puede suceder, por lo general la
violencia circunstancial es puntual y más leve, mientras que la del terrorista
íntimo, permanente y grave.
Johnson plantea que estas diferencias son importantes
para entender que el terrorista íntimo se muestra más tradicional en actitudes
respecto al género que los hombres que ejercen violencia circunstancial; y que
para realizar las intervenciones más adecuadas, ya que las técnicas de control
de la rabia serían más eficaces en los casos de violencia circunstancial, pero
en menor medida para trabajar con las personas que ejercen terrorismo íntimo.
A su vez Johnson divide a los terroristas
íntimos en:
a) Dependientes: con características disfórico/límite, de pitbull o cíclico; es
decir, que son celosos, dependientes y necesitan utilizar la violencia para
controlar como forma de mitigar el miedo a perder a su pareja.
b) Antisocial: con características similares al violento antisocial, al cobra o
al llamado psicopático. Maltratan de manera generalizada, cometen otros tipos
de delitos y utilizan violencia en todos los ámbitos para poder mantener el
control; están menos apegados a sus parejas y suelen ser fríos emocionalmente.
En ambos casos son
impulsivos, mantienen una actitud hostil hacia las mujeres y carecen de
habilidades sociales. Johnson no descarta establecer subcategorías en la
violencia circunstancial, pero expresa que las investigaciones no son aún tan
consistentes como para especificarlas con detalle.
Cavanaugh & Gelles (2005), establecieron
también 3 categorías-tipologías a partir del riesgo potencial del agresor hacia
la víctima:
-
Agresores de bajo
riesgo: a lo menos el 50% de las muestras de maltratadores
presentan menos patología y similar al resto de la población.
-
Agresores de riesgo
moderado: con presencia moderada de violencia, con moderado a
bajo control de la ira, y con moderado a alto nivel de psicopatología.
-
Agresores de alto
riesgo: con una larga historia de
violencia intra y extrafamiliar, con un alto nivel de psicopatología, con un
alto riesgo de femicidio o lesiones graves.
Los hombres que maltratan de bajo riesgo y de riesgo moderado que han realizado maltratos físicos o psicológicos ocasionales a su pareja, tienen un mejor pronóstico de revertir sus conductas violentas (Hanson y Wallace-Capretta, 2005).
Sin
embargo, los hombres que violentan de alto riesgo o antisociales, las y los expertos
cuestionan si una terapia psicoeducativa sea suficiente (Dutton, 1988) y que
como señalan Hamel y Nicholl (2006) un hombre antisocial o con violencia
generalizada, tiene que estar sometido a otras medidas restrictivas (de tipo
penal) que permitan su control conductual de manera más efectiva.
Desde la observación clínica, Marie France Hirigoyen, describe distintos estilos de violencia usados por hombres con distintas personalidades. Así, por ejemplo:
- La tendencia de personalidad narcisista
estaría presente la megalomanía, la necesidad de ser admirados, ser
intolerantes a las críticas, muy baja empatía, indiferentes a los demás,
capaces de explotarlos; agreden para desquitarse de una herida secreta y un
pasado humillante. Cualquier fracaso puede ser una afrenta personal. Busca la
fusión, englobar al otro, convertirle en un espejo que refleje sólo una buena
imagen de sí, controlarle. Usa más el abuso emocional, atacar y herir la
autoestima.
- Los sujetos que tienden más a la
estructura obsesiva, son perfeccionistas, detallistas, difíciles en la
convivencia, son exigentes, dominantes, egoístas y avaros. Son serios, temen
los excesos emocionales. Los demás son irresponsables e inconsecuentes; lo
comprueban todo, lo critican todo, su manera de hacer las cosas es la mejor; no
soportan la singularidad en la pareja, controlan, argumentan y frenan las
iniciativas de ella. Su violencia es por coerción y ejercicio de poder. Sólo
admiten su propia visión, no escuchan. La ira y el odio se mantienen
relativamente contenidos porque temen los problemas, son capaces de prever las
consecuencias de sus actos; pero pueden dar mil vueltas a un odio, rabia o
venganza para luego actuar con violencia física. Su control incesante agota a
la mujer, apelando a lo normativo-conservador.
- Los sujetos con predominancia de lo
paranoico temen en exceso la cercanía afectiva, muy tiránicos, los otros
siempre tienen la culpa, tienen roles muy rígidos, siempre son los que saben,
no se equivocan, los demás son malos, sospechan-desconfían de ser
engañados-explotados, no se muestran porque esto es ser vulnerable,
generalmente no usan violencia fuera del hogar, son amargados, desconfían de
las risas y el buen humor (asociado a una depresión de base). Se pueden afirmar
de fundamentalismos.
- Los que presentan aspectos de perversión
narcisista, usan violencia no impulsiva, son manipuladores, mienten,
engañan, son muy adaptados socialmente, juegan deliberadamente con la mujer,
toman nota de las torpezas o debilidades de ella, son intuitivos, su violencia
es insidiosa, disimulada, continua y muy instrumental, son mordaces, irónicos,
sarcásticos, usan burlas, son inventivos para los insultos; atacan no de
frente, con alusiones y sobreentendidos. Son tranquilos, fríos, controlados,
evitan deprimirse, usan la identificación proyectiva inductora y se alimentan
de la energía positiva del otro. Se quejan permanentemente, nunca están
satisfechos, poseen un furor destructivo y un deseo de venganza en las
separaciones; para afirmarse deben desplegar su destructividad y disfrutar con
el dolor de ella. Su violencia es solapada, pero puede volverse radical cuando
se ve afectado su narcisismo.
- Los sujetos con tendencias borderline
– limítrofes, presentan irritabilidad permanente, reacciones emocionales
intensas e inestables, rápidas (suscitan en la pareja reacciones intensas),
explosiones de ira, muy sensibles y reactivos, mecanismos de
idealización-devaluación primitivos, angustias difusas (uso de sustancias,
suicidio, actos de mutilación), imagen muy devaluada de sí mismos, inmensa
demanda afectiva, relaciones potencialmente conflictivas, sufrimiento psíquico
extremo.
- Con rasgos antisociales:
irresponsabilidad, duros, insensibles al dolor, se jactan de aplastar a los
demás, andan al borde de la ilegalidad, la violencia puede ser generalizada a
otros espacios (déficit superyoico), existe impulsividad y falta de control y
contención, viven el momento, quieren satisfacer sus deseos ahora. Existen
núcleos psicóticos más presentes y la estructura es más débil que la perversa.
Por lo anterior, induce a error el hablar ‘del maltratador’, porque crea la idea
de la existencia de un perfil único de hombre que ejerce violencia y también
porque puede llevar a concluir que ciertos tipos de personalidades nunca
actuarían con violencias contra sus parejas o exparejas. Existe consenso en que
no existe un perfil único de personalidad de hombre que maltrata, habiendo
factores que estadísticamente son más significativos que otros (la
socialización de género y en la violencia), pero no son factores determinantes,
sino que predisponentes.
¿Y en Chile?
Dutton y Bodnarchuk
(2005), plantean que en poblaciones normales los trastornos de personalidad y
síndromes clínicos corresponden a un 20%. En un estudio de doctorado en Chile (Javier
Barría, 2012) realizado con 832 hombres atendidos en los centros para hombres
que maltratan de SERNAMEG, se evidenció que sólo un 37% de esta muestra
presentaba trastornos de personalidad y síndromes clínicos. Es decir, un 63% de
los sujetos que ejerció violencias a la pareja o expareja no tenía un problema de salud mental.
En este mismo estudio se evidenció que la socialización en la violencia fue el factor que más alto porcentaje alcanzó respecto de otros factores de salud mental, estilos de personalidad y déficits en habilidades sociales.
De esta muestra, refieren los sujetos que recibieron malos tratos físicos en su niñez y adolescencia: un 52% de sus padres, un 63% de profesores y un 60% fueron testigos de la violencia física a su madre. Recibieron malos tratos psicológicos: un 42% la recibió de sus padres; un 28% de profesores y un 60% observó violencia psicológica de su padre a su madre. La violencia sexual está siempre alrededor del 1%.
Por lo que a este estudio respecta, el ser socializado en la violencia y las violencias de género podría ser uno de los factores claves para ejercer violencia de género de pareja en la vida adulta. Lo que refuerza que tanto la evaluación como la intervención incorporen el componente biográfico, la propia socialización de género y en la violencia, la trayectoria de vida, la victimización en la propia biografía; cuya finalidad es trabajar la resignificación, los traumas y de la desidentificación de los modelos de conducta machista y violenta.
Los factores de salud mental serían factores intermediarios en el ejercicio de la violencia, lo causales, ni factores determinantes; es decir, pueden amplificar la frecuencia, intensidad y formas de ejercicio de la violencia, y se les debe prestar atención cuando están presentes, pero no se debiera poner el foco exclusivo en estos factores.
Todos estos antecedentes investigativos servirán para identificar en qué categoría-tipología se encuentra un sujeto determinado que maltrata o maltrató a su pareja o expareja, para evaluarlo y orientar la intervención. Pero es necesario el diagnóstico y evalaución individual caso a caso, no sirve la sola categorización para fines clínicos de una intervención que busca generar cambios.
En cada sujeto se debe evaluar su personalidad y los componentes singulares y particulares de la personalidad de cada sujeto, y en función del cambio.
Es erróneo desde la evidencia hablar de un sólo perfil de hombre que maltrata, idea que suele llevar a creer que ciertos tipos de estilos de personalidad nunca podrían actuar con violencia hacia sus parejas. Existe consenso en que no existe un perfil único de hombre que maltrata, habiendo factores que estadísticamente son más significativos que otros, pero no generalizables a toda la población que maltrata. Por lo que el diagnóstico debe ser caso a caso, determinando los aspectos específicos de cada componente de la personalidad, cómo estos componentes interactúan entre sí, cuál componente tiene más peso en un sujeto particular, determinando de manera específica que un sujeto necesite trabajar más en alguna área-componente.
¿Y cuáles son estos componentes?
A. Los distintos componentes se resumen en la triada de la personalidad (comportamientos, afectos y cogniciones) y sus rasgos principales.
En el ámbito comportamental incluimos toda conducta verbal o modal, la proxémica, lo no verbal, todo lo interaccional que surge desde el sujeto, sus pautas y patrones de comportamiento, de los cuales se buscará que asuma consciencia de sí y responsabilidad.
Lo afectivo incluye las emociones y sentimientos, considerando en esto la dimensión fisiológica, que incluye el estrés y la dimensión posturo-facial-respiratoria de las distintas emociones.
Todos estos componentes están atravesados por el factor o componente biográfico, de la historia personal de socialización en la violencia y la socialización de género.
A nivel cognitivo: definiciones rígidas de lo masculino y femenino,
roles rígidos de género relacionados en cada sujeto al ejercicio de su
violencia; creencias tradicionales, estereotipadas, distorsionadas sobre las
mujeres, los hombres, las relaciones de familia, de pareja y sobre el amor de
pareja (creencias y lógicas de dominación y servidumbre en las relaciones de
pareja y familiares a partir de los factores género y edad), y su relación con
la violencia. Mecanismos de justificación (anteriormente descritos);
pensamiento egocéntrico y autorreferencial; rumiación del pensamiento; rigidez
cognitiva: pensamiento tipo todo o nada, y pensamiento de ganar o perder.
Creencias dominantes y distorsionadas sobre paternidad, la autoridad, la
educación.
A nivel comportamental e interaccional: presencia, ausencia y grado de deseabilidad social,
simulación, etc.; conductas de violencia sólo en la familia o extrafamiliar y
en otras relaciones; conductas de resistencia al cambio (descritas
anteriormente); abuso de sustancias y/o alcohol; grado de control/regulación de
impulsos a nivel conductual; aislamiento social de redes primarias y
secundarias; presencia y tipo de conductas controladoras y actitud posesiva con
la pareja e hijas/os; habilidad/inhabilidad para resolver conflictos de forma
no violenta en el hogar; afrontamiento o evitación y negación de los conflictos
en el entorno extrafamiliar; habilidades de comunicación, asertividad; grados
de capacidad/dificultad para establecer vínculo afectivo con sus hijos e hijas;
estilos de apego; estilo y tipo de vínculo con su pareja.
A nivel emocional-afectivo: autoestima, autoconcepto, realismo, fiabilidad;
habilidades emocionales, capacidad/dificultad para reconocer e identificar
emociones en sí mismo y en otras personas; capacidad/dificultades para expresar
las distintas emociones; capacidad/dificultades para tolerar y regular
distintas emociones, sentimientos y pensamientos; racionalización, disociación,
u otros mecanismos de desconexión emocional; dependencia/independencia
emocional y grado de autonomía personal; celos/inseguridad; nivel de tolerancia
a la frustración; nivel de integración de la identidad; grado de capacidad
empática y mentalización; sentimientos de inadecuación; sentimientos
depresivos, sentimientos de vacío o muerte; capacidad de duelo; nivel de
rigidez/flexibilidad de las defensas; resiliencia; capacidad de introspección.
La evidencia no tiene la belleza del arte ni el vuelo estético de la filosofía que nos abren la mente, por eso comparto con ustedes las palabras de mi admirado filósofo Baruch Spinoza:
"Los peores tiranos son los que saben hacerse querer". "Tirano es aquel que necesita la tristeza de los sujetos, no hay terror que no tenga una especie de tristeza colectiva como base".
Es importante que podamos diferenciar entre una
necesidad de dominio y control:
• Estructural y permanente en una
relación, a una necesidad de poder y control Circunstancial.
• Exclusiva al ámbito de
pareja, a una necesidad de poder y control General a las
relaciones interpersonales.
• La que surge de inseguridad y el miedo a perder
a la pareja, de sujetos que
sufren emocionalmente (ira-depresión-celos-inseguridad-dolor-arrepentimiento)
versus sujetos que instrumentalizan a la mujer para obtener placer y satisfacer sus necesidades y a
otras personas, que no
sufren ningún dolor e inoculan en la mujer dolor, sufrimiento, frustración,
impotencia, vulnerabilidad, tristeza y ellos se mantienen en sentimientos de
potencia, triunfo y desprecio (cobras).
Diferenciarlas no quiere decir minimizarlas, ya que cualquiera de estas puede ser letal y producir muerte o severos daños, nunca debemos minimizar ningún ejercicio de violencia que busque disminuir la autonomía, los derechos, las libertades y la dignidad.