viernes, 31 de marzo de 2023

¿EXISTE EL AGRESOR?


¿Qué ideas tenemos del hombre que maltrata a la mujer es o fue su pareja?

¿Qué imágenes se nos vienen a la mente?

Pueden ser imágenes monstruosas, deformadas por la imaginación, los femicidios en la televisión, por algún relato de una mujer que lo ha sufrido en carne propia. Pero también pueden ser las imágenes de los papás de amigos del barrio, del vecino, de nuestro propio padre en la infancia, raramente de nosotros mismos.

Distintos estudios han intentado establecer tipologías de hombres agresores de sus parejas y exparejas en base a tres dimensiones:

  1. La gravedad de la violencia,
  2. La generalidad de la violencia (hacia su mujer, niños y demás personas) y
  3. La presencia de psicopatología clínica y trastornos de personalidad (Johnson y Ferraro, 2000).

La búsqueda de factores que se puedan agrupar y a partir de estos establecer diferencias entre los hombres que maltratan, va a tener repercusiones prácticas para el manejo clínico de estos casos.

¿Qué dice la evidencia?

Holztworth-Munroe y Stuart (1994) elaboraron una tipología que fue muy difundida en Estados Unidos en la década de los 90 y a principios de 2000. A partir de un análisis de 15 investigaciones, y considerando: 

a. Severidad de la violencia (así como su frecuencia y los abusos sexuales y psicológicos); 

b. Generalidad/extensibilidad de la violencia (exclusivamente familiar o fuera del entorno de la familia; incluía también las variables de conducta delictiva y antecedentes legales); 

c. Psicopatología de los maltratadores (y los trastornos de personalidad asociados). 

Llegaron a la conclusión que hay tres subtipos de hombres que maltratan:

•   Pasivos/dependientes: es el grupo que presentaría menor severidad en la violencia física y menor probabilidad de ejercer abuso sexual y psicológico. El maltrato de este grupo se restringe exclusivamente a los miembros de la familia y es muy poco frecuente que cometan actos de violencia fuera del hogar o realicen otros tipos de delitos. Suelen presentar bajos niveles de abuso de alcohol. Representaban alrededor del 50% de las muestras.

•   Disfóricos/Límites: alrededor de un 25% de las muestras analizadas, manifiestan un grado moderado o severo de maltrato, incluyendo también el abuso sexual y psicológico. Al igual que el grupo anterior, su violencia se restringe, generalmente, al núcleo familiar, aunque pudieran existir algunos hechos de violencia fuera de esta.

Los hombres incluidos en esta categoría son los más disfóricos/límite, psicológicamente angustiados y emocionalmente volátiles. Pueden evidenciar características de personalidad esquizoides y límite, y presentan problemas de abuso de alcohol y drogas, marcando altos niveles de depresión e ira.

•   Generalmente violentos y antisociales: representan un 25% de todos los hombres violentos considerados en las distintas investigaciones. Ejercen violencia de pareja de moderada a severa, incluyendo el abuso sexual y psicológico. Son los que presentan mayor agresividad extrafamiliar y poseen amplios historiales de conducta criminal y antecedentes policiales. Tienen un elevado consumo de alcohol y drogas, y es frecuente que presenten un trastorno de personalidad antisocial o una psicopatía.


Dutton y Golant (1997), describen en su libro El golpeador, que las personas que maltratan a sus parejas pueden clasificarse en 3 categorías:

•   Agresores cíclicos/emocionalmente inestables: es una categoría extensamente desarrollada por Dutton. Les caracteriza por su incapacidad para expresar los sentimientos y por la intensa necesidad de controlar sus relaciones íntimas, son celosos y mantienen un estado de ánimo cíclico, por lo que experimentan cambios bruscos y son fácilmente irritables. Ejercen principalmente violencia emocional, humillando y avergonzando a sus parejas, aunque también son propensos a utilizar el maltrato físico.  

•   Agresores hipercontroladores: se caracterizan por ser controladores, exigen subordinación total y no toleran que sus parejas cuenten con recursos propios. Son abusadores emocionales (descalifican el trabajo y las iniciativas de la mujer), que controlan minuciosamente sus actividades y el dinero. Existen dos subtipos:

a)      Activos: son los fanáticos del control, necesitan dominar al otro, son minuciosos, perfeccionistas y dominantes.

b)      Pasivos: son distantes con sus parejas y las rechazan emocionalmente.

Acumulan tensiones sin reaccionar, hasta que explota. Frente a los conflictos toman distancia o se cierran. Utilizan largos monólogos y técnicas de lavado de cerebro con la mujer. La crítica, la humilla, pone a los hijos en su contra. Tiene ideas rígidas acerca de división de roles, educación de los hijos, etc. Espera que la mujer se ajuste a las normas que él considera las correctas. Utiliza ataques verbales y/o supresión del apoyo emocional (indiferencia). Se muestra colaborativo en la entrevista con un/a profesional.

•   Agresores psicopáticos: se caracterizan porque además de maltratar a sus parejas, también agreden a otras personas y cometen diversos tipos de delitos, es decir, ejercen una violencia generalizada. Para determinar los rasgos que definen a estas personas, Dutton y Golant (1997) recurren a los estudios realizados por Hare sobre la psicopatía y señalan que estos tienen una falta de consciencia moral y de sentimiento de culpa, incapacidad para ponerse en el lugar de otro, escasa o nula expresión emocional, imposibilidad de mantener objetivos a largo plazo y de establecer proyectos realistas. La mayoría tiene conductas marcadamente antisociales. También resalta que se encuentran controlados y calmados cuando agreden a sus parejas. Se resiste a analizar o discutir los problemas del pasado. Puede graduar su conducta violenta, de modo de no dejar huellas. Calcula fríamente la utilización de su conducta violenta para dominar.


Echeburúa, Del Corral y Amor (1999), en cambio, establecen dos formas de clasificar a las personas que maltratan según dos variables:

·       La extensión de la violencia: describiendo dos subtipos:

-          Los que solamente son violentos dentro del hogar: representan el 74% de las personas que han asistido a su programa de intervención. Se caracterizan por ejercer un maltrato grave y por mantener una doble imagen -doble fachada- fuera del hogar se muestran tranquilos y amables mientras que dentro son agresivos. La violencia se desencadenaría por las frustraciones o los celos patológicos.

-          Las personas violentas en general: representan el 26% de las personas que han asistido a su programa de intervención. Ejercen violencia tanto dentro como fuera del hogar, mantienen la idea distorsionada de la utilización de la violencia como medio de resolución de conflictos y generalmente han sufrido maltrato infantil.

·       Perfil psicopatológico presentado:

-          Personas con déficits en las habilidades interpersonales: representan el 55% de los casos de su programa de intervención. Emplean la violencia como estrategia de afrontamiento de los problemas, tienen una marcada carencia de socialización y de las habilidades adecuadas para las relaciones interpersonales.

-          Personas sin control de impulsos: son el 45% del total de sus atendidos. Tiene episodios bruscos e inesperados de descontrol, son incapaces de dominar su agresividad, aunque tienen consciencia de lo inadecuado de la conducta que ejercen.

Concordando con la mayoría de los autores, Echeburúa, del Corral y Amor indican que los maltratadores no tienen un trastorno psicopatológico específico, pero destacan que en algunos casos sí aprecian algunas enfermedades mentales, como la psicosis. Con respecto a los trastornos de personalidad, señalan que podría relacionarse con el trastorno antisocial.


John Gottman y Neil Levenson (2001) a partir de una investigación que realizaron con parejas violentas, concluyeron que si bien es erróneo afirmar que todos los hombres que agreden a sus parejas son iguales, sí se puede establecer una clasificación a partir de una importante diferencia: existirían hombres que cuando maltratan a sus mujeres interiormente se encuentran tranquilos y les disminuye el número de pulsaciones cardíacas, mientras que otro grupo, cuando agreden, interiormente se alteran y las pulsaciones aumentan considerablemente.

A partir de esta diferencia establecen dos categorías de maltratadores:

-          Los cobras: representan al 20% de las personas que ejercen violencia contra sus parejas y se caracterizan por ser más agresivos emocionalmente al comienzo de una discusión. A pesar de que parecen alterados al momento en que ejecutan la agresión, por dentro mantienen la calma mientras agreden verbal o físicamente a sus mujeres. Son más propensos a usar armas en las agresiones físicas y pueden llegar a ser muy violentos.

Podría asimilarse a un perfil psicopático (no necesariamente antisocial), característico por las respuestas de ‘sangre fría’, mucho autocontrol, donde no hay furia ni depresión, se produciría la inoculación de sentimientos en la mujer a través de mecanismos denominados de introyección proyectiva (desde la psicología psicodinámica) donde prevalecen los sentimientos de triunfo y desprecio en el hombre.

Manifiestan una tendencia marcadamente antisocial y delictiva en la adolescencia y sus conductas agresivas poseen un alto grado de sadismo; además, son violentos fuera del círculo familiar y tienen una menor dependencia emocional que el otro grupo. No son celosos, pero sí hedonistas e impulsivos; aunque pueden pedir perdón después de una agresión, no lo sienten realmente, creen tener derecho a todo lo que desean y maltratan para que nadie interfiera en sus objetivos. Las relaciones que establecen son superficiales y además, abusan de alcohol y drogas.

Los autores expresan que algunas personas de esta categoría son psicópatas o antisociales -en un 90% han sido diagnosticados de antisociales- se muestran incapaces de mantener relaciones íntimas y de mostrar interés por el otro. Sus parejas son instrumentos para obtener placer y para satisfacer sus necesidades.

La historia familiar está marcada por el maltrato o abandono emocional (el 78% procede de familias en las que se ha producido algún tipo de violencia, mientras que ese porcentaje disminuye al 51% en el caso del segundo grupo); es decir, que sus familias de origen son más violentas y, en un porcentaje elevado, tanto la madre como el padre los maltrataron.

-          Los pitbulls: al contrario que los cobra, se alteran interiormente, son más dependientes y celosos, y sienten terror a ser abandonados. Agreden únicamente dentro de su familia (sólo el 3% manifiesta violencia generalizada, contra el 44% de los cobras) y no tienen historial delictivo. Es común que en su familia de origen el padre maltratara a su madre.

Necesitan tener el control absoluto de sus parejas, pero a diferencia de los cobras que controlan para obtener placer, éstos lo hacen por el pánico que sienten a ser abandonados. También a diferencia de los cobras, que pueden cambiar de víctima con más facilidad, los pitbulls no dejan a sus parejas tranquilas incluso después de la separación. En este sentido, si bien son menos violentos que el primer grupo, a la larga, cuando la mujer concreta el divorcio, pueden ser muy agresivos e incluso llegar a matar a sus parejas.

Según estos autores, los pitbulls abusan de alcohol y en menor medida de otras drogas, a diferencia de las cobras que pueden consumir todo tipo de sustancias.

También estos autores, John Gottman y Neil Levenson, denominaron ensamblaje fisiológico al contagio de la aceleración fisiológica en la interacción de la pareja. Este ensamblaje fisiológico, cuando se analizan con detalle las emociones subyacentes, no es simétrico, sino que existen sutiles diferencias en la devolución y el contagio de elementos negativos de las mujeres y de los hombres. Las emociones negativas que predominan entre los hombres son ira y desprecio, mientras que las correspondientes a la mujer son tristeza y miedo.

Otra tipología elaborada por Saunders (1992, 2003), clasifica a estas personas en tres tipos: los que ejercen violencia sólo dentro de la familia, los que son violentos de manera generalizada y los emocionalmente volátiles. En ese estudio se exploran diversas variables como: contexto de la violencia, maltrato infantil, violencia física, nivel de abuso psicológico, sentimientos, rigidez de pensamientos de género, satisfacción del matrimonio, consumo de alcohol y drogas, y realización de tratamientos anteriores.


Otra tipología es la creada por Michael Johnson (1995, 1999 y 2005). Este autor señala tres categorías de maltrato que distingue a partir de la función que tiene la violencia en las relaciones de pareja. Su clasificación no parte de analizar las características del agresor, sino que cómo la violencia sirve para ejercer el control y la dominación en las relaciones.

En este sentido desarrolla tres categorías:

-          Terrorista íntimo -anteriormente llamado terrorista patriarcal-: describe a las personas que utilizan la violencia para dominar y tomar el control total de la relación. Es un maltrato perpetrado casi exclusivamente por hombres. Éstos tienen la necesidad de tener el control permanente y general sobre la mujer y buscan, a través del maltrato, dominar constantemente todos los espacios de ella.

La base que causa este tipo de violencia es la diferencia cultural de género producto de la desigualdad de poder que subyace en la sociedad. En este sentido, Johnson expresa que el modelo explicativo creado en la ciudad de Duluth, Minnesota (Pence and Paymar, 1993), es esencial para entender el terrorismo íntimo o patriarcal.

Este autor afirma que cuando se habla de violencia doméstica o de pareja y del hombre maltratador, se hace referencia exclusivamente al terrorista íntimo.

-          Resistencia mediante la violencia: son las personas que reaccionan al intento de ser controlados, es decir, que es en realidad una respuesta ante un maltrato previo. Es generalmente realizado por las mujeres que son víctimas de la violencia de pareja. En este caso, se produce como una reacción contra el maltrato que se sufre.

Ante una agresión, las mujeres responden de formas diferentes. Algunas se abandonan reaccionando con sumisión ante los ataques y otras, en cambio, tratan de liberarse de diferentes maneras, una forma es enfrentarse y defenderse del maltrato con otra agresión.

En este caso, señala el autor, la respuesta de la mujer no puede ser considerada bajo ningún punto de vista como un maltrato dirigido al hombre, sino que es una conducta de reacción de la víctima para protegerse y en muchos casos salvar su vida o la de sus hijos. En este caso la agresión de ella no es violencia porque no tiene el objetivo de imponer o controlar al otro, sino que, por el contrario, la de liberarse de esa opresión.

-          Violencia circunstancial:  se produce a partir de conflictos y tensiones específicas dentro de la relación. Puede ser realizada tanto por hombres como por mujeres. En este tipo de agresión, la necesidad de control se produce ante situaciones conflictivas en las que se elevan las tensiones, provocando una reacción violenta en alguno de los dos, que puede ser de menor importancia si en la discusión en la que, por ejemplo, uno empuja o le da una bofetada al otro, hay un arrepentimiento inmediato, se disculpa y no vuelve a hacerlo nunca, o puede ser un problema más duradero si el conflicto persiste, pero la violencia no se generaliza porque aparece solamente ante esas situaciones.

En este caso, la búsqueda de control no es permanente como en la primera tipología descrita, sino que es puntual, surge a partir de una lucha de poder por un tema concreto -reparto de bienes, guarda y custodia d ellos hijos, etc.-. Ésa es su gran diferencia; si, por ejemplo, señala Johnson, ninguno de los dos intenta controlar generalmente al otro, entonces se trataría de un caso de violencia circunstancial.

El maltrato puede ser incluso frecuente si se repite la situación que la provoca y, además puede ser muy grave porque la severidad de la agresión no es una característica que la diferencie de los otros tipos de violencia, ya que pudiera ocurrir que un hecho circunstancial produzca un homicidio y, por el contrario, un maltrato permanente general y sistemático que no utilice el abuso físico. Aunque esto puede suceder, por lo general la violencia circunstancial es puntual y más leve, mientras que la del terrorista íntimo, permanente y grave.

Johnson plantea que estas diferencias son importantes para entender que el terrorista íntimo se muestra más tradicional en actitudes respecto al género que los hombres que ejercen violencia circunstancial; y que para realizar las intervenciones más adecuadas, ya que las técnicas de control de la rabia serían más eficaces en los casos de violencia circunstancial, pero en menor medida para trabajar con las personas que ejercen terrorismo íntimo.

A su vez Johnson divide a los terroristas íntimos en:

a)      Dependientes: con características disfórico/límite, de pitbull o cíclico; es decir, que son celosos, dependientes y necesitan utilizar la violencia para controlar como forma de mitigar el miedo a perder a su pareja.

b)      Antisocial: con características similares al violento antisocial, al cobra o al llamado psicopático. Maltratan de manera generalizada, cometen otros tipos de delitos y utilizan violencia en todos los ámbitos para poder mantener el control; están menos apegados a sus parejas y suelen ser fríos emocionalmente.

En ambos casos son impulsivos, mantienen una actitud hostil hacia las mujeres y carecen de habilidades sociales. Johnson no descarta establecer subcategorías en la violencia circunstancial, pero expresa que las investigaciones no son aún tan consistentes como para especificarlas con detalle.


Cavanaugh & Gelles (2005), establecieron también 3 categorías-tipologías a partir del riesgo potencial del agresor hacia la víctima:

-          Agresores de bajo riesgo: a lo menos el 50% de las muestras de maltratadores presentan menos patología y similar al resto de la población.

-          Agresores de riesgo moderado: con presencia moderada de violencia, con moderado a bajo control de la ira, y con moderado a alto nivel de psicopatología.

-          Agresores de alto riesgo: con una larga historia de violencia intra y extrafamiliar, con un alto nivel de psicopatología, con un alto riesgo de femicidio o lesiones graves.

Los hombres que maltratan de bajo riesgo y de riesgo moderado que han realizado maltratos físicos o psicológicos ocasionales a su pareja, tienen un mejor pronóstico de revertir sus conductas violentas (Hanson y Wallace-Capretta, 2005). 

Sin embargo, los hombres que violentan de alto riesgo o antisociales, las y los expertos cuestionan si una terapia psicoeducativa sea suficiente (Dutton, 1988) y que como señalan Hamel y Nicholl (2006) un hombre antisocial o con violencia generalizada, tiene que estar sometido a otras medidas restrictivas (de tipo penal) que permitan su control conductual de manera más efectiva.


¿Qué nos dice la experiencia clínica?

Desde la observación clínica, Marie France Hirigoyen, describe distintos estilos de violencia usados por hombres con distintas personalidades. Así, por ejemplo:

-             La tendencia de personalidad narcisista estaría presente la megalomanía, la necesidad de ser admirados, ser intolerantes a las críticas, muy baja empatía, indiferentes a los demás, capaces de explotarlos; agreden para desquitarse de una herida secreta y un pasado humillante. Cualquier fracaso puede ser una afrenta personal. Busca la fusión, englobar al otro, convertirle en un espejo que refleje sólo una buena imagen de sí, controlarle. Usa más el abuso emocional, atacar y herir la autoestima.

-             Los sujetos que tienden más a la estructura obsesiva, son perfeccionistas, detallistas, difíciles en la convivencia, son exigentes, dominantes, egoístas y avaros. Son serios, temen los excesos emocionales. Los demás son irresponsables e inconsecuentes; lo comprueban todo, lo critican todo, su manera de hacer las cosas es la mejor; no soportan la singularidad en la pareja, controlan, argumentan y frenan las iniciativas de ella. Su violencia es por coerción y ejercicio de poder. Sólo admiten su propia visión, no escuchan. La ira y el odio se mantienen relativamente contenidos porque temen los problemas, son capaces de prever las consecuencias de sus actos; pero pueden dar mil vueltas a un odio, rabia o venganza para luego actuar con violencia física. Su control incesante agota a la mujer, apelando a lo normativo-conservador.

-             Los sujetos con predominancia de lo paranoico temen en exceso la cercanía afectiva, muy tiránicos, los otros siempre tienen la culpa, tienen roles muy rígidos, siempre son los que saben, no se equivocan, los demás son malos, sospechan-desconfían de ser engañados-explotados, no se muestran porque esto es ser vulnerable, generalmente no usan violencia fuera del hogar, son amargados, desconfían de las risas y el buen humor (asociado a una depresión de base). Se pueden afirmar de fundamentalismos.

-             Los que presentan aspectos de perversión narcisista, usan violencia no impulsiva, son manipuladores, mienten, engañan, son muy adaptados socialmente, juegan deliberadamente con la mujer, toman nota de las torpezas o debilidades de ella, son intuitivos, su violencia es insidiosa, disimulada, continua y muy instrumental, son mordaces, irónicos, sarcásticos, usan burlas, son inventivos para los insultos; atacan no de frente, con alusiones y sobreentendidos. Son tranquilos, fríos, controlados, evitan deprimirse, usan la identificación proyectiva inductora y se alimentan de la energía positiva del otro. Se quejan permanentemente, nunca están satisfechos, poseen un furor destructivo y un deseo de venganza en las separaciones; para afirmarse deben desplegar su destructividad y disfrutar con el dolor de ella. Su violencia es solapada, pero puede volverse radical cuando se ve afectado su narcisismo.

-             Los sujetos con tendencias borderline – limítrofes, presentan irritabilidad permanente, reacciones emocionales intensas e inestables, rápidas (suscitan en la pareja reacciones intensas), explosiones de ira, muy sensibles y reactivos, mecanismos de idealización-devaluación primitivos, angustias difusas (uso de sustancias, suicidio, actos de mutilación), imagen muy devaluada de sí mismos, inmensa demanda afectiva, relaciones potencialmente conflictivas, sufrimiento psíquico extremo.

-             Con rasgos antisociales: irresponsabilidad, duros, insensibles al dolor, se jactan de aplastar a los demás, andan al borde de la ilegalidad, la violencia puede ser generalizada a otros espacios (déficit superyoico), existe impulsividad y falta de control y contención, viven el momento, quieren satisfacer sus deseos ahora. Existen núcleos psicóticos más presentes y la estructura es más débil que la perversa.


Por lo anterior,  induce a error el hablar ‘del maltratador’, porque crea la idea de la existencia de un perfil único de hombre que ejerce violencia y también porque puede llevar a concluir que ciertos tipos de personalidades nunca actuarían con violencias contra sus parejas o exparejas. Existe consenso en que no existe un perfil único de personalidad de hombre que maltrata, habiendo factores que estadísticamente son más significativos que otros (la socialización de género y en la violencia), pero no son factores determinantes, sino que predisponentes.

¿Y en Chile?

Dutton y Bodnarchuk (2005), plantean que en poblaciones normales los trastornos de personalidad y síndromes clínicos corresponden a un 20%. En un estudio de doctorado en Chile (Javier Barría, 2012) realizado con 832 hombres atendidos en los centros para hombres que maltratan de SERNAMEG, se evidenció que sólo un 37% de esta muestra presentaba trastornos de personalidad y síndromes clínicos. Es decir, un 63% de los sujetos que ejerció violencias a la pareja o expareja no tenía un problema de salud mental.

En este mismo estudio se evidenció que la socialización en la violencia fue el factor que más alto porcentaje alcanzó respecto de otros factores de salud mental, estilos de personalidad y déficits en habilidades sociales.

De esta muestra, refieren los sujetos que recibieron malos tratos físicos en su niñez y adolescencia: un 52% de sus padres, un 63% de profesores y un 60% fueron testigos de la violencia física a su madre. Recibieron malos tratos psicológicos: un 42% la recibió de sus padres; un 28% de profesores y un 60% observó violencia psicológica de su padre a su madre. La violencia sexual está siempre alrededor del 1%. 

Por lo que a este estudio respecta, el ser socializado en la violencia y las violencias de género podría ser uno de los factores claves para ejercer violencia de género de pareja en la vida adulta. Lo que refuerza que tanto la evaluación como la intervención incorporen el componente biográfico, la propia socialización de género y en la violencia, la trayectoria de vida, la victimización en la propia biografía; cuya finalidad es trabajar la resignificación, los traumas y de la desidentificación de los modelos de conducta machista y violenta.

Los factores de salud mental serían factores intermediarios en el ejercicio de la violencia, lo causales, ni factores determinantes; es decir, pueden amplificar la frecuencia, intensidad y formas de ejercicio de la violencia, y se les debe prestar atención cuando están presentes, pero no se debiera poner el foco exclusivo en estos factores.

Todos estos antecedentes investigativos servirán para identificar en qué categoría-tipología se encuentra un sujeto determinado que maltrata o maltrató a su pareja o expareja, para evaluarlo y orientar la intervención. Pero es necesario el diagnóstico y evalaución individual caso a caso, no sirve la sola categorización para fines clínicos de una intervención que busca generar cambios.

En cada sujeto se debe evaluar su personalidad y los componentes singulares y particulares de la personalidad de cada sujeto, y en función del cambio.


Es erróneo desde la evidencia hablar de un sólo perfil de hombre que maltrata, idea que suele llevar a creer que ciertos tipos de estilos de personalidad nunca podrían actuar con violencia hacia sus parejas. Existe consenso en que no existe un perfil único de hombre que maltrata, habiendo factores que estadísticamente son más significativos que otros, pero no generalizables a toda la población que maltrata. Por lo que el diagnóstico debe ser caso a caso, determinando los aspectos específicos de cada componente de la personalidad, cómo estos componentes interactúan entre sí, cuál componente tiene más peso en un sujeto particular, determinando de manera específica que un sujeto necesite trabajar más en alguna área-componente.


¿Y cuáles son estos componentes?

A.  Los distintos componentes se resumen en la triada de la personalidad (comportamientos, afectos y cogniciones) y sus rasgos principales. 

    En el ámbito comportamental incluimos toda conducta verbal o modal, la proxémica, lo no verbal, todo lo interaccional que surge desde el sujeto, sus pautas y patrones de comportamiento, de los cuales se buscará que asuma consciencia de sí y responsabilidad.

   Lo afectivo incluye las emociones y sentimientos, considerando en esto la dimensión fisiológica, que incluye el estrés y la dimensión posturo-facial-respiratoria de las distintas emociones.

    Todos estos componentes están atravesados por el factor o componente biográfico, de la historia personal de socialización en la violencia y la socialización de género.  

A nivel cognitivo: definiciones rígidas de lo masculino y femenino, roles rígidos de género relacionados en cada sujeto al ejercicio de su violencia; creencias tradicionales, estereotipadas, distorsionadas sobre las mujeres, los hombres, las relaciones de familia, de pareja y sobre el amor de pareja (creencias y lógicas de dominación y servidumbre en las relaciones de pareja y familiares a partir de los factores género y edad), y su relación con la violencia. Mecanismos de justificación (anteriormente descritos); pensamiento egocéntrico y autorreferencial; rumiación del pensamiento; rigidez cognitiva: pensamiento tipo todo o nada, y pensamiento de ganar o perder. Creencias dominantes y distorsionadas sobre paternidad, la autoridad, la educación.

A nivel comportamental e interaccional: presencia, ausencia y grado de deseabilidad social, simulación, etc.; conductas de violencia sólo en la familia o extrafamiliar y en otras relaciones; conductas de resistencia al cambio (descritas anteriormente); abuso de sustancias y/o alcohol; grado de control/regulación de impulsos a nivel conductual; aislamiento social de redes primarias y secundarias; presencia y tipo de conductas controladoras y actitud posesiva con la pareja e hijas/os; habilidad/inhabilidad para resolver conflictos de forma no violenta en el hogar; afrontamiento o evitación y negación de los conflictos en el entorno extrafamiliar; habilidades de comunicación, asertividad; grados de capacidad/dificultad para establecer vínculo afectivo con sus hijos e hijas; estilos de apego; estilo y tipo de vínculo con su pareja.

A nivel emocional-afectivo: autoestima, autoconcepto, realismo, fiabilidad; habilidades emocionales, capacidad/dificultad para reconocer e identificar emociones en sí mismo y en otras personas; capacidad/dificultades para expresar las distintas emociones; capacidad/dificultades para tolerar y regular distintas emociones, sentimientos y pensamientos; racionalización, disociación, u otros mecanismos de desconexión emocional; dependencia/independencia emocional y grado de autonomía personal; celos/inseguridad; nivel de tolerancia a la frustración; nivel de integración de la identidad; grado de capacidad empática y mentalización; sentimientos de inadecuación; sentimientos depresivos, sentimientos de vacío o muerte; capacidad de duelo; nivel de rigidez/flexibilidad de las defensas; resiliencia; capacidad de introspección.

La evidencia no tiene la belleza del arte ni el vuelo estético de la filosofía que nos abren la mente, por eso comparto con ustedes las palabras de mi admirado filósofo Baruch  Spinoza:

"Los peores tiranos son los que saben hacerse querer". "Tirano es aquel que necesita la tristeza de los sujetos, no hay terror que no tenga una especie de tristeza colectiva como base".

Es importante que podamos diferenciar entre una necesidad de dominio y control:

    Estructural y permanente en una relación, a una necesidad de poder y control Circunstancial.

   Exclusiva al ámbito de pareja, a una necesidad de poder y control General a las relaciones interpersonales.

   La que surge de inseguridad y el miedo a perder a la pareja, de sujetos que sufren emocionalmente (ira-depresión-celos-inseguridad-dolor-arrepentimiento) versus sujetos que instrumentalizan a la mujer para obtener placer y satisfacer sus necesidades y a otras personas, que no sufren ningún dolor e inoculan en la mujer dolor, sufrimiento, frustración, impotencia, vulnerabilidad, tristeza y ellos se mantienen en sentimientos de potencia, triunfo y desprecio (cobras).

Diferenciarlas no quiere decir minimizarlas, ya que cualquiera de estas puede ser letal y producir muerte o severos daños, nunca debemos minimizar ningún ejercicio de violencia que busque disminuir la autonomía, los derechos, las libertades y la dignidad.





jueves, 30 de marzo de 2023

Fortalecer la Psiquis



Capacidades a fortalecer:

Apego Seguro
Autonomía
Identidad Integrada
Resiliencia
Auto Estima Realista y Fiable
Un Sentido de Valores
Regulación y Tolerancia de Afectos y Pensamientos
Introspección
Mentalización
Flexibilidad de las Defensas
Relación - Separación
Capacidad de Duelo




Poder separarse de las otras personas con relativa facilidad y disfrutar de reunirse de nuevo con ellas. Saber estar profundamente cerca de alguien y también poder estar solo.
Se basa en una confianza básica y sensación general de seguridad, esta confianza y seguridad surge de un apego suficientemente bueno en la infancia con las figuras protectoras.
Los vínculos son buenos cuando podemos mantener una cercanía emocional (intimidad psicológica) y a la vez soportar ausencias y reencuentros sin demasiada angustia o tristeza. Cuando no ha podido establecerse esta capacidad la persona puede tener dificultad para establecer vínculos íntimos, ser fría, extremadamente desapegada, o establecer vínculos pegajosos y asfixiantes, o bien tener vínculos inseguros, desorganizados, sintiendo miedo extremo.



Poder decidir al menos parcialmente en qué dirección va la vida de uno, pudiendo asumir decisiones que no son necesariamente las mismas que tomarían otras personas.

Sentir que uno tiene opciones, sentir que uno tiene la libertad interna suficiente para poder elegir en función del criterio propio.

Si la capacidad de autonomía no está constituida, la persona no sabe por qué hace las cosas que ha hecho, o hace cosas que no desea hacer puramente para complacer a los demás.





Poder aceptar y sentir varias cosas distintas (buenas y malas, por ejemplo) hacia sí misma/o, hacia otra persona o hacia una situación, verlos de forma tridimensional y poder mantener esa visión.

También es importante el elemento temporal, tener una consciencia integrada de cómo una/o era en el pasado, cómo una/o es actualmente y cómo puede llegar a ser. Esto incluye la conciencia integrada de los eventos de la vida en el paso del tiempo.

Si la identidad no ha podido integrarse la persona se vivirá a sí misma/o, a los demás y a los eventos de su vida de manera fragmentada, con cambios extremos de percepción y sin matices, en forma extrema o muy polarizada.




 

Poder sobrellevar las experiencias traumáticas, vivirlas, sentirlas y tener la capacidad de volver a vivir sin quedar atrapado en el derrumbe o daño.

Encajar los golpes inevitables de la vida y volver a ponerse de pie.

Cuando falta una cierta resiliencia la persona puede quedar atrapada en el daño, con una visión negativa de de sí y la vida, que le tranca avanzar en su auto realización como persona.






Poder verse y apreciarse en la medida justa de lo que una/o es, sin ser excesivamente duro consigo misma/o ni tampoco autocomplaciente, pudiendo reconocer mis puntos fuertes y débiles de manera constante.

Implica tolerancia hacia las limitaciones propias, que pueden incluso ser tomadas con humor, y tener  seguridad de tener habilidades en ciertas áreas.

Lo contrario es sentir muy poca estima por sí misma/o y a la vez, sobrevalorar otros aspectos de sí.

Lo que lleva a que nos cueste valorar aspectos de otros y a admirar y envidiar (sin necesariamente reconocerlo) aspectos sobre otras/os que no son tan así, que están sobrevalorados.






Poder de vincularse y relacionarse, si una persona carece de valores actuará exclusivamente en beneficio propio (lo cual, paradójicamente, suele ser poco beneficioso desde lo social, es una falla social), no tomará en cuenta a los demás y generará daño.

Estas personas son las que más actúan con autosuficiencia egocéntrica y menos perciben su necesidad de ayuda.






Poder sentir y pensar una amplia variedad de emociones y pensamientos sin miedo ni la necesidad de actuar sobre ellos inmediatamente.

Es importante tener el espacio interior suficiente para poder pensar y sentir con libertad, tener la libertad interior de elaborarlo y decidir si se expresa o no.

Cuando falla esta capacidad las posibilidades de pensar y sentir serán fuertemente limitadas por el miedo de qué podría ocurrir si pensara o sintiera tal cosa, no se crea este espacio de interioridad, a la vez que se tiende a actuar impulsiva y desreguladamente.





Poder pensarse, sentirse, reflexionarse, entenderse y comprender los motivos por los cuales una/o siente, piensa o hace las cosas.

Nos permite conocernos lo suficiente como para dirigir nuestra vida en una dirección provechosa y evitar aquellas situaciones que le son poco beneficiosas.






Poder apreciar que las otras personas son seres distintos de una/o.

Entender cómo funcionan las demás personas y apreciar que actúan por motivos que a veces no tienen nada que ver con una/o misma/o.

Es una actividad mental de imaginarse los estados mentales e internos de la otra persona: sus motivaciones, necesidades, deseos, creencias, objetivos, etc.

Sin esto se tendrán dificultades comprender a los demás y tenderá a creer que todo lo que hace otro tiene que ver con una/o.

Es empatizar.





Poder usar varios  mecanismos de defensa psíquicos frente a situaciones distintas en función de las necesidades del momento.

Los mecanismos de defensa son necesarios para proteger a la persona de determinados contenidos mentales o situaciones intolerables que aparecen inevitablemente en la vida.

Sin embargo, quedarse sólo en algún mecanismo y repetir la misma defensa para distintas situaciones empobrece la personalidad y sus respuestas. 





Poder aceptar las cosas que no se pueden cambiar (sean personas que una/o ha perdido o deseos que una/o no puede realizar), poder hacer un duelo por ellas y, más adelante, implicar esas emociones en otras relaciones o actividades.

Aunque pelear por lo que una/o quiere es bueno, también es necesario saber renunciar a lo que no puede ser.

La vida está llena de duelos a medida que pasamos de una etapa a otra se pierden y ganan relaciones.

Para poder sobrellevarlos, enriquecerse emocionalmente ayuda a transitar los duelos más fácilmente.



















martes, 28 de marzo de 2023

Relajación Progresiva

La relajación muscular progresiva es una técnica de tratamiento del estrés desarrollada por el médico estadounidense Edmund Jacobson en 1920. Jacobson argumentaba que, ya que la tensión muscular acompaña a la ansiedad, uno puede reducir la ansiedad aprendiendo a relajar la tensión muscular.

Jacobson entrenó a sus pacientes para relajar voluntariamente ciertos músculos de su cuerpo para reducir los síntomas de la ansiedad. También descubrió que el procedimiento de relajación es efectivo contra la úlcera, insomnio, y la hipertensión.

Puedes practicar el ejercicio guiado por mí en este audio:

https://www.youtube.com/watch?v=wD_VoMHaAIc&t=308s

Ejercicio: estos son los pasos de la técnica para realizar una sesión de relajación muscular progresiva:

Sentarse en una silla confortable, sería ideal que tuviese reposabrazos. También puede hacerse acostándose en una cama. Ponerse tan cómodo como sea posible (no utilizar zapatos o ropa apretada) y no cruzar las piernas. Hacer una respiración profunda completa; hacerlo lentamente. Otra vez. Después alternativamente tensamos y relajamos grupos específicos de músculos.

Se debe concentrar en la sensación de sus músculos, específicamente en el contraste entre la tensión y la relajación.

No se deben tensar músculos distintos que el grupo muscular que estamos trabajando en cada paso. No mantener la respiración, apretar los dientes o los ojos. Respirar lenta y uniformemente y pensar solo en el contraste entre la tensión y la relajación. Cada tensión debe durar unos 10 segundos; cada relajación otros 10 o 15 segundos. Contar "1, 2, 3 ...".

Hacer la secuencia entera una vez al día, hasta sentir que se es capaz de controlar las tensiones de los músculos. Hay que ser cuidadoso si se tienen agarrotamientos musculares, huesos rotos, etc. que hacen aconsejable consultar previamente con el médico.

1. Manos. Apretar los puños, se tensan y destensan. Los dedos se extienden y se relajan después. En esos 15 segundos de relajación respira profundo

2. Bíceps y tríceps. Los bíceps se tensan (al tensar los bíceps nos aseguramos que no tensamos las manos para ello agitamos las manos antes y después de relajarnos, dejándolos reposar en los apoyabrazos. Los tríceps se tensan doblando los brazos en la dirección contraria a la habitual, después se relajan.

3. Hombros. Tirar de ellos hacia atrás (ser cuidadoso con el propio cuerpo) y relajarlos.

4. Cuello (lateral). Con los hombros rectos y relajados, doblar la cabeza lentamente a la derecha hasta donde se pueda, después relajar. Hacer lo mismo a la izquierda.

5. Cuello (hacia adelante). Llevar el mentón hacia el pecho, después relajarlo. (Llevar la cabeza hacia atrás no está recomendado).

6. Boca (extender y retraer). Con la boca abierta, extender la lengua tanto como se pueda y relajar dejándola reposar en la parte de abajo de la boca. Llevar la lengua hasta tan atrás como se pueda en la garganta y relajar.

7. Boca (apertura). Abre la boca cuanto sea posible; cuidado en este punto para no bloquear la mandíbula y relajar.

Lengua (paladar y base). Apretar la lengua contra el paladar y después relajar. Apretarla contra la base de la boca y relajar.

9. Ojos. Abrirlos tanto como sea posible y relajar. Estar seguros de que quedan completamente relajados, los ojos, la frente y la nariz después de cada tensión.

10. Respiración. Respira tan profundamente como sea posible; y entonces toma un poquito más; expira e inspira normalmente durante 15 segundos. Después espira echando todo el aire que sea posible; entonces espira un poco más; inspira y expira normalmente durante 15 segundos.

11. Espalda. Con los hombros apoyados en el respaldo de la silla, tirar tu cuerpo hacia adelante de manera que la espalda quede arqueada; relajar. Ser cuidadoso con esto.

12. Glúteos. Tensa y eleva la pelvis fuera de la silla; relajar. Aprieta las nalgas contra la silla; relajar.

13. Muslos. Extender las piernas y elevarlas 10 cm. No tenses el estómago; relajar. Apretar los pies en el suelo; relajar.

14. Estómago. Tirar de él hacia dentro tanto como sea posible; relajar completamente. Tirar del estómago hacia afuera; relajar.

15. Pies. Apretar los dedos (sin elevar las piernas); relajar. Apuntar con los dedos hacia arriba tanto como sea posible; relajar.

16. Dedos. Con las piernas relajadas, apretar los dedos contra el suelo; relajar. Arquear los dedos hacia arriba tanto como sea posible; relajar.


Investigaciones: 

Estudios sobre la eficacia de la Relajación Progresiva:

  1. Una revisión sistemática y metaanálisis publicado en la revista científica "Journal of Psychosomatic Research" en 2017 encontró que la Relajación Progresiva es efectiva para reducir la ansiedad y el estrés, así como para mejorar el sueño y la calidad de vida en general. Los autores también sugirieron que esta técnica puede ser útil como terapia complementaria en diferentes trastornos de salud mental.

  2. Un estudio controlado aleatorizado publicado en el "Journal of Occupational Health Psychology" en 2014 investigó los efectos de la Relajación Progresiva en el bienestar y la productividad laboral en trabajadores con alto estrés laboral. Los resultados mostraron que la técnica de Relajación Progresiva mejoró significativamente los niveles de bienestar, disminuyó el estrés laboral y aumentó la productividad laboral en comparación con el grupo de control.

  3. Un estudio publicado en el "Journal of Headache and Pain" en 2018 investigó la eficacia de la Relajación Progresiva en la reducción del dolor de cabeza en pacientes con migraña. Los resultados mostraron que después de un tratamiento de 8 semanas de Relajación Progresiva, los pacientes experimentaron una reducción significativa en la intensidad y la frecuencia del dolor de cabeza, así como una mejora en la calidad de vida.

Bibliografía:

- Kosek, E. y Ekholm, J. (2016). Una comparación de los efectos de la relajación progresiva guiada por un fisioterapeuta y las técnicas de respiración guiadas por un médico en pacientes con síndrome de fibromialgia: un ensayo controlado aleatorio. Revista de terapias manipulativas y fisiológicas, 39(4), 289-299.
- Berntsen, D., Johannessen, MR y Griegel-Morris, P. (2014). La efectividad de un programa educativo de 4 semanas sobre el dolor, la depresión y la ansiedad en pacientes con fibromialgia: un ensayo controlado aleatorio. Revista de reumatología, 41(5), 875-884.
- Husted, RS y Rustad, JK (2015). Los efectos de la relajación muscular progresiva sobre la calidad del sueño y la somnolencia diurna en pacientes con síntomas depresivos. Revista de investigación psicosomática, 78(1), 27-33.