viernes, 14 de julio de 2017

Resistencias y avances de los Varones respecto de sus Privilegios Patriarcales

¿Será posible un nuevo paradigma vincular sensible y empático para nosotros los varones?






El joker es el comodín, es símbolo de suerte, de salida, de oportunidad, de recursos internos, un bufón alegre y bromista, es el loco en el tarot que representa el  atreverse a ir más allá de las propias fronteras de nuestro estrecho mundo de limitaciones, es una invitación a un desafío, a jugar y divertirse, a explorar cosas nuevas y pasar a la acción con espíritu aventurero.

Quizá para nosotros los varones proponerse salir del Modelo de Masculinidad Tradicional, Conservador y Hegemónico requiere contactarnos con esta energía; desprendernos y desidentificarnos de este modelo requiere que nos atrevamos a desacartonarnos de los rígidos mandatos de la masculinidad tóxica, contactarnos con el humor, lo lúdico, el jeugo y la espontaneidad.

Los varones usamos un lenguaje muy racionalizado; al mirar la historia hemos sido los varones los que hemos quedado como los ‘grandes’ pensadores, filósofos, historiadores, científicos, músicos. Se nos hizo creer que somos los poseedores del saber, las ‘mentes’, los racionales, los objetivos y los dueños de la razón y de la verdad. Y hemos quedado pegados en esta historia, repitiéndola en nuestras relaciones más íntimas, incluso en la relación con nuestros cuerpos y muestro mundo emocional.

Los varones somos herederos y reproductores de una ciega soberbia cognitiva, hemos heredado este narcicismo, nuestro egocentrismo y falta de empatía tiene una fuerte matriz histórica. Cuando un varón tiene que quedarse con la última palabra, cuando no escucha a una mujer, cuando la intenta silenciar, no está haciendo nada original ni creativo, sino que simplemente respondiendo desde una conserva cultural mandatada por el Modelo Hegemónico Masculino Conservador.

Él siempre corregía a su pareja, le decía lo que le convenía, le explicaba, le aclaraba, le señalaba lo que estaba bien y lo que estaba mal; él tenía que tener la razón y la última palabra; una vez incluso terminó gritando hasta que se salió con la suya; otras veces manipulaba las conversaciones intentando hacer que ella pensara que estaba equivocada, que estaba mal, incluso loca o tonta, para salirse con la de él. Hasta que un día ella le dijo: ‘tengo que decirte algo muy importante, la verdad es que ya no te amo ni te quiero más’; entonces él le contesto con un gesto con la mano como si corriera algo para el lado: ‘pero eso es muy subjetivo po!!, dime algo en serio’.

Objetividad, razón, verdad, egocentrismo, con su respectiva rigidez, son dispositivos culturales de poder que buscan silenciar la experiencia y vivencia de la mujer, borrar su emoción, presionar para que sus demandas por un vínculo afectivo articulado con la equidad sean olvidadas, y que desista.

El silenciar los malestares propios y ajenos es una estrategia de control para no cambiar la situación de inequidad, de uso, abuso y explotación de la mujer. Ante la queja de ella lo primero que surge en él es la descalificación interna (por supuesto en automático, de manera totalmente mecánica), ‘es una histérica, se pone como loca’, ‘insiste e insiste en hablar’, ‘la bruja’, ‘se pone tan demandante e infantil’.

Los hombres hemos aprendido a no valorar y descalificar la rabia y enojo de las mujeres. ‘Es tan poco femenina una mujer rabiando, me gustaría que estuviera dulce, suave y risueña todo el tiempo’: piensa el hombre que desea a ese ángel de mujer, y que no puede ver los privilegios de los que está gozando y abusando. No queremos que la mujer se enoje, porque la rabia da poder, no queremos que la mujer sea poderosa, no queremos que la mujer se enoje porque la rabia ayuda a autoafirmarse y establecer los propios límites de la identidad, porque queremos que la mujer esté a nuestra disposición, nos mime, nos cuide, nos atienda, nos perdone y se ponga a ella misma en segundo lugar.

Luego de esta descalificación de su enojo o ira que funciona con la rapidez de la luz en nuestro interior, nos ponemos a la defensiva, defensividad que se traduce en un alejamiento afectivo-comunicacional, en una actitud de piedra y de pared (stonewalling). Esta indiferencia marcada por el silencio es una táctica de poder y control en la relación. Es decir, el poder y control está articulado con la supresión de la expresión afectiva y comunicacional abierta y honesta.

¿Podremos los hombres establecer con nuestras parejas mujeres relaciones donde la afectividad, la apertura sincera-honesta y la equidad estén presentes?

¿Cómo podemos aprender a escuchar a las mujeres? Ya que oír no escuchar cuando mientras ella está hablando ya estamos elaborando lo que vamos a responder. A los hombres que estamos tratando de desidentificarnos del modelo de masculinidad tóxica, podría ayudarnos el proponernos ejercitarnos en escuchar a las mujeres, en aprender a escuchar a las mujeres (porque no lo sabemos hacer), en proponernos aceptar la rabia de las mujeres, intentar entender por qué sufren y cuánto nosotros los varones tenemos que ver en ello.

Es muy difícil, porque hemos sido socializados para vivir en una coraza defensiva. Escuché a un hombre que es una ‘eminencia’ en masculinidades y violencia, que decía que hay muchas mujeres feministas que son anti-hombres, que odian a los hombres. Y una mujer feminista le respondió (esta mujer trabaja en reeducación con hombres que perpetran violencia y abusos contra mujeres que son o fueron sus parejas): ‘Yo trabajo con estos hombres desde un sentimiento compasivo, desde un sentimiento de amor, al verlos esclavizados por su violencia. Ella le dijo: Podrías ver, cuando ves a esa mujer enojada o resentida, detrás de ella, siglos y siglos de abusos y vejámenes contra las mujeres; podrías incluso sentir una pizca de ese dolor, entonces no te quedaría más que ponerte de rodillas y pedir perdón por los crímenes, abusos y vejámenes contra mujeres realizados por hombres a través de miles y miles de años en la historia humana’.

Las nuevas masculinidades serán sólo una reinvención del poder patriarcal si no son capaces de escuchar a las mujeres feministas, si no se interesan en conocer sus vivencias, experiencias, sufrimientos y luchas. Estas masculinidades estarán vacías y muertas si igualan la opresión que sufren los hombres (en su proceso de socialización mutiladora de la ternura) con la opresión y violencia que sufren y han sufrido históricamente las mujeres.

Un hombre egresado de un grupo de reeducación dijo: ‘“Yo veía a la mujer sólo como objeto sexual, pero con el tiempo, 2 a 3 años atrás, empecé a relacionarme más con la mujer, no con una o dos, sino que con varias, en organizaciones y a hacer cosas en conjunto, y eso me ha retribuido mucho como hombre y eso ha sido muy gratificante en este tiempo, y las conversaciones son muy activas, homogéneas, de temas sexuales, de parejas, de muchas cosas, no era la visión que yo tenía de ellas”.

Pero este proceso de descondicionamiento del silenciamiento (mordaza en la que hemos sido entrenados y programados los hombres), esta liberación es un proceso, no es algo breve, y requiere que conectemos con nuestra biografía, con nuestra corporalidad, sus corazas y anestesias, con nuestras propias emociones y las partes sensibles y vulnerables que quedaron desplazadas y excluidas de nuestra identidad masculina, o del ideal de nuestro yo.

En otro grupo con hombres, uno decía: ‘decirnos las cosas entre hombres es valioso, eso antiguamente era prohibitivo entre nosotros’. Y otro luego comenzaba a abrir una escena de su vida: ‘…él no nos pegaba, mi padrastro, pero mandaba a mi mamá que nos pegara, la obligaba, él no permitía que conversáramos con él’. De ahí proseguimos a explorar esta y otras escenas, con sus roles, vínculos, nudos, afectos, creencias, etc., buscando destrabar significados y emociones, y poder desalojar de los cuerpos aquellas identificaciones y valoraciones del modelo hegemónico machista, para hacer un espacio y darle voz a todo aquello.

Otra escena de socialización en esta masculinidad tóxica, que está definida como un riesgo para la salud propia y ajena, donde es característica la ausencia de cuidado de sí mismo y de otros y otras, relata lo siguiente: ‘Cuando dejé de ser un niño mi padre se alejó de mí,…, después nació mi hermanito chico, no me atrevía a darle un beso, yo estaba super enternecido y tenía el drama, ¿pero cómo le voy a dar un beso si él es hombre? Si entre los hombres no nos damos besos, ya estaba entrenado para no dar cariño, y ahora con mis hijos también, yo quiero hacerles cariño a mis hijos y ellos me rechazan, claro, yo mismo se los enseñé, …, nos enseñan a ser rudos y firmes’.

El problema de anular la expresión de la ternura, siendo esta una emoción básica, genera graves problemas incluso en sentirla, al mutilar la sensibilidad e identificarse con esta rudeza y el ideal de autosuficiencia, los hombres no sólo no estamos mandatados a no expresar dependencia ni vulnerabilidad, sino que también al sentirlas, luchamos contra estos afectos en nuestro interior, intentando controlarlos y someterlos.

Los hombres consultamos considerablemente menos por depresión, nos suicidamos en escala notablemente mayor que las mujeres, acudimos a los servicios de salud médica y dental cuando ya está muy avanzado el deterioro en nuestra salud y escasamente de manera preventiva. En definitiva, nos cuesta tanto pedir ayuda porque afecta nuestra falsa imagen de hombría basada en la autosuficiencia que nos ha sido implantada.

Un hombre con una adicción a sustancias me dijo en una primera sesión: ‘Yo no debería estar acá’. ‘¿Por qué dices eso?’ le pregunte: ‘Porque yo soy hombre y debería salir por mí mismo de esta situación?’

A 1695 hombres atendidos en SERNAMEG por maltratar a mujeres que son o que fueron sus parejas, se les preguntó: ¿Se cree capaz de llegar a evitar la violencia por sí mismo? Un 57% dijo que siempre y un 32% que algunas veces, siendo sólo un 11% los que indicaron que nunca. Es decir, un 88% manifestó problemas para expresar dependencia, reconocer su vulnerabilidad, no nos es fácil renunciar al control con nosotros mismos, ni al mandato social de autosuficiencia, que nos condiciona a ser como islas.

En un grupo psicoterapéutico mixto de hombres y mujeres, dirigía un ejercicio de Alba Emoting para conectar con la emoción básica y universal de la ternura, a los hombres que participaban les costaba notablemente más esbozar una leve sonrisa y seguir y sostener las instrucciones, estar con el cuerpo relajado y suelto, dejar caer los hombros y las manos sueltas a los lados, ladear un poco la cabeza, mirar al frente y sostener una respiración profunda, suave, lenta y relajada. Invariablemente hombres y mujeres llegaban a sentir ternura, pero las imágenes variaban, ya que en los hombres estaba más la tendencia a ver a sus madres sintiendo ternura por ellos o a ellos sintiendo ternura por sus hijas mujeres. Pero en ellos la ternura entre hombres no estaba, a diferencia de las mujeres de este grupo que no tenían dificultad para sentir ternura por otras mujeres; el amor entre hombres es mal visto, pero la homofobia es sólo un pretexto para descalificar la ternura, basado en la creencia que para ser 'hombre' hay que suprimir esta y otras características consideradas por la cultura como ‘femeninas’ o 'infantiles'.

¿Podremos los hombres aprender a acogernos y aceptarnos a nosotros mismos con respeto y con amor, con ternura? ¿Y podremos hacerlo con otr@s? ¿Cómo y qué necesitamos aprender?

Creo que para los que ya somos adultos, necesitamos atravesar una serie de experiencias individuales y grupales que nos permitan rematrizar nuestros roles, nuestra identidad y nuestras pautas de interacción y de comportamiento –de hombres-. Estas experiencias y vivencias deben ser integradoras de nuestra corporalidad, afectos, cogniciones y de los vínculos que establecemos.

No debiera estar ausente la reflexión, el análisis, la voluntad personal y el esfuerzo de cambio que es la suma de varios intentos por relacionarnos en el cariño más que en la exigencia. Podría ser un vasto programa de experiencias de cuidado propio y mutuo, cuidar de otr@s y dejarse cuidar entre hombres.

La Rueda del Poder y Control, nos muestra 10 manifestaciones abusivas. Necesitamos aprender qué es la violencia y cómo son los varones que no son violentos, esto aún no tiene respuestas definitivas, sostengamos esta pregunta...





Están las violencias que todo el mundo conoce como tal, pero también las violencias blandas, naturalizadas, invisibles, paternalistas y normalizadas en la cultura (los llamados micromachismos) que son difíciles de autodetectar.

Puedo creer que no soy machista ya que cocino, lavo ropa, me dedico a las tareas domésticas, porque lloro, uso aros, pelo largo, me pinto los ojos sin mayores conflictos internos; es decir, no siento que por esto esté perdiendo mi masculinidad. Pero si me miro más finamente, si presto atención y me analizo en distintos escenarios internos y externos en mi vínculo con mujeres y hombres, puedo ver la programación de mi subjetividad, ideales, sueños y fantasías, la colonización de mi identidad por el patriarcado (algo mucho más grande que mi insignificante presencia, un acervo de condicionamientos histórico biológicos, como un inmenso tren que está detrás mío y me va a arrasar).

Pero creemos, tenemos la ilusión de ser nosotros, de que lo que hacemos, sentimos y pensamos es de nuestra autoría; sin darnos cuenta que estamos inmersos en este sistema cultural patriarcal, en esa educación del poder sobre otr@s. Nuestra libertad duerme o no existe, ya que sin saberlo actuamos roles de género masculino que están formateados desde antes que naciéramos. A estos roles y acciones se les ha llamado formas de dominación ‘suave’, sexismos ‘benevólos’. Los micromachismos utilitarios son los que se aprovechan del entrenamiento en el cuidado femenino y le niegan a las mujeres la reciprocidad en el cuidado.

Los micromachsimos encubiertos son variados, pero creo que la auto-indulgencia y la auto-justificación es uno estrategia bastante compleja con múltiples facetas. Las mentiras de nosotros los hombres. Darnos cuenta de nuestras mentiras nos puede llevar a un verdadero hacernos cargo y ser coherentes. Estas mentiras a veces son conscientes, como por ejemplo cuando al ser infiel con nuestra pareja se lo ocultamos, y mantenemos esa información privilegiada (privilegio masculino) e inequitativa con ella.

Nuestra infidelidad oculta, este sacar ventaja de las mujeres está tan naturalizado en nosotros, estamos tan maqueteados en esto por el modelo patriarcal, que incluso nos cuesta pensarlo, cuestionarlo y enfrentarlo como aprovechamiento. La infidelidad es sólo un ejemplo.

La negación de nuestros privilegios y abusos cumple la función de no perder los beneficios que obtenemos de las mujeres, así como si es posible ‘hacer desaparecer del propio mapa mental y emocional’ la idea de haber cometido este engaño y de usufructuar de ese privilegio. Negar, minimizar los abusos, o culpar a la mujer del mal trato, se realiza de manera abierta, pero también disfrazada de narrativas ‘elocuentes’, pero que siempre están diseñadas para no asumir nuestra propia responsabilidad. 

Estas narrativas o cuentos que nos contamos y le contamos al resto y a ellas, son  mentiras que ensalzan, mistifican o justifican el dolor que hemos causado a una mujer y a un niñ@, son una excusa para limpiar nuestra propia imagen. Conocer la estructura de creencias que subyacen en estas narrativas puede ser una forma de salir del engaño, al dejar de justificarnos nos abrimos la posibilidad de dar los siguientes pasos para reparar los daños.

‘Lo hago para tu bien’, ‘lo hago porque te quiero’, la idea del amor, de corrección, de poner límites. Acá están variados roles como el Corregidor, el Educador, el Supervisor, figuras que en los discursos legitiman el maltrato o el control. También el Protector, o el Proveedor ante esta criatura que necesita de guía y que colocamos en un lugar más bajo o menor al nuestro, el lugar de la Opositora, la Rebelde, la Que no Sabe.

El alarde que hacemos cuando ejercemos nuestra Paternidad, el Buen Padre o del Buen Marido o Pareja contrasta con la realidad de miles de mujeres que crían solas a sus hij@s o que se entregan de pleno al cuidado de la relación de pareja de manera más silenciosa. No habría porque aplaudirlo, simplemente estamos haciendo lo que corresponde.

Otra narrativa es la del hombre Víctima, el Ofendido, la mujer acá no es una niña o sujeta que necesita guía paternal, sino que es una amenaza, es mala, el hombre insiste en que se defiende de ella o del monstruo que tiene de hijo. Se trata de una violencia de defensa frente al peligro, que se ha tenido que soportar injustamente y la violencia es un intento de volver al equilibrio y al orden perdido. Esta mala mujer o mala madre no responde a lo que debería ser según los mandatos culturales, ella falla, ella lo desafía, lo hace sentir impotente al atacar su narcicismo omnipotente (ilusorio del modelo masculino ideal tradicional). La prepotencia es un intento de restaurar la fantaseada omnipotencia perdida. Ella nos ataca cuando intenta hacer lo que quiere, decidir por sí misma, tomar decisiones y ejercer su libertad e identidad.

Muchos de nosotros necesitamos que compren nuestro discurso de justificación, buscamos colusión de otros cuando narramos la historia acomodada a nuestro favor. Pero sufrimos inconscientemente por representarnos a la mujer como portadora de la vida por poder concebir en su vientre a otro ser humano, como portadora y dueña de la ternura, el erotismo, la vida y el amor al cual no tenemos acceso (la envidia al embarazo descrita por el analista salvaje George Groddeck versus la envidia al pene de Freud). Le exigimos y cobramos a ella el amor que no recibimos, de ahí nuestra tan diseminada fantasía que confunde el control y la propiedad del cuerpo de las mujeres con el amor; siendo el control un intento no reconocido de lograr su amor a la fuerza, adueñándonos de ella. Y violentándola de maneras extremas, con el intento femicidio / femicidio frustrado o bien el consumado, donde ejercemos una venganza surgida de la envidia, una sensación de carencia extrema, de extremo sufrimiento que sólo se nos aquieta al ver desaparecer aquello tan idealizado que nos hace sentir ese doloroso vacío.

Para relacionarnos con equidad podríamos desarrollar todos los aspectos humanos proyectados en las mujeres, lograr una hermafroditismo o bisexualidad psíquica, ser seres humanos completos e integrados, relacionándonos no desde la necesidad de absorver y devorar a la mujer, sino que desde el compartir; donde lo que importa no es la posesión permanente de ella sino que la integridad de uno mismo.

miércoles, 12 de julio de 2017

Estado Chileno Justifica la Violencia de Género

Autoridades del Estado chileno hacen declaraciones sexistas y coluden con la violencia machista y femicida en el caso Nabila, dicen que se trato de un "parricidio frustrado", afirman que "no estamos afirmando que no haya tenido la intención de matar, si no que no queda demostrado que haya tenido la intención de matar", y otra autoridad afirma que "pero no hay en ningún caso impunidad” refiriéndose a esta condena.

Se niega la figura sociológica y legal de femicidio íntimo; se niega la grave motivación femicida de dominio extremo que implica rendición absoluta de la víctima ante la perpetración los actos violencia extrema: ceguera sino la  muerte; se niega la tremenda impunidad que circula y comenzará a circular en las subjetividades chilenas a partir de este caso, porque es al nivel de los significados y las creencias sobre la violencia donde radica la permanencia de estos crímenes de odio hacia el sexo femenino. No se trata de más años de condena, se trata de nombrar las cosas, pero cuando se justifica, minimiza y niega: se colude con la violencia- y la víctima vuelve a experimentar los abusos pasados y quien perpetra el crimen vuelve a disminuir y minimizar la gravedad de su crimen, con estas declaraciones no se ayuda a que los varones que maltratan y abusan asuman la responsabilidad de sus actos.