¿Será posible un nuevo paradigma vincular sensible y empático para nosotros los varones?
El
joker es el comodín, es símbolo de suerte, de salida, de oportunidad, de recursos
internos, un bufón alegre y bromista, es el loco en el tarot que representa el atreverse a ir más allá de las propias
fronteras de nuestro estrecho mundo de limitaciones, es una invitación a un
desafío, a jugar y divertirse, a explorar cosas nuevas y pasar a la acción con
espíritu aventurero.
Quizá para
nosotros los varones proponerse salir del Modelo de Masculinidad Tradicional,
Conservador y Hegemónico requiere contactarnos con esta energía;
desprendernos y desidentificarnos de este modelo requiere que nos atrevamos a
desacartonarnos de los rígidos mandatos de la masculinidad tóxica, contactarnos con el humor, lo lúdico, el jeugo y la espontaneidad.
Los varones usamos un lenguaje muy racionalizado; al mirar la historia hemos sido los varones los que hemos quedado como los
‘grandes’ pensadores, filósofos, historiadores, científicos, músicos. Se nos
hizo creer que somos los poseedores del saber, las ‘mentes’, los racionales,
los objetivos y los dueños de la razón y de la verdad. Y hemos quedado pegados
en esta historia, repitiéndola en nuestras relaciones más íntimas, incluso en
la relación con nuestros cuerpos y muestro mundo emocional.
Los varones somos herederos y reproductores de una ciega soberbia cognitiva, hemos
heredado este narcicismo, nuestro egocentrismo y falta de empatía tiene una
fuerte matriz histórica. Cuando un varón tiene que quedarse con la última
palabra, cuando no escucha a una mujer, cuando la intenta silenciar, no está
haciendo nada original ni creativo, sino que simplemente respondiendo desde una
conserva cultural mandatada por el Modelo Hegemónico Masculino Conservador.
Él
siempre corregía a su pareja, le decía lo que le convenía, le explicaba, le
aclaraba, le señalaba lo que estaba bien y lo que estaba mal; él tenía que
tener la razón y la última palabra; una vez incluso terminó gritando hasta que
se salió con la suya; otras veces manipulaba las conversaciones intentando
hacer que ella pensara que estaba equivocada, que estaba mal, incluso loca o tonta,
para salirse con la de él. Hasta que un día ella le dijo: ‘tengo que decirte
algo muy importante, la verdad es que ya no te amo ni te quiero más’; entonces
él le contesto con un gesto con la mano como si corriera algo para el lado:
‘pero eso es muy subjetivo po!!, dime algo en serio’.
Objetividad,
razón, verdad, egocentrismo, con su respectiva rigidez, son dispositivos
culturales de poder que buscan silenciar la experiencia y vivencia de la mujer,
borrar su emoción, presionar para que sus demandas por un vínculo afectivo
articulado con la equidad sean olvidadas, y que desista.
El
silenciar los malestares propios y ajenos es una estrategia de control para no
cambiar la situación de inequidad, de uso, abuso y explotación de la mujer.
Ante la queja de ella lo primero que surge en él es la descalificación interna
(por supuesto en automático, de manera totalmente mecánica), ‘es una histérica,
se pone como loca’, ‘insiste e insiste en hablar’, ‘la bruja’, ‘se pone tan
demandante e infantil’.
Los
hombres hemos aprendido a no valorar y descalificar la rabia y enojo de las
mujeres. ‘Es tan poco femenina una mujer rabiando, me gustaría que estuviera
dulce, suave y risueña todo el tiempo’: piensa el hombre que desea a ese ángel de mujer, y que
no puede ver los privilegios de los que está gozando y abusando. No queremos
que la mujer se enoje, porque la rabia da poder, no queremos que la mujer sea
poderosa, no queremos que la mujer se enoje porque la rabia ayuda a
autoafirmarse y establecer los propios límites de la identidad, porque queremos
que la mujer esté a nuestra disposición, nos mime, nos cuide, nos atienda, nos
perdone y se ponga a ella misma en segundo lugar.
Luego
de esta descalificación de su enojo o ira que funciona con la rapidez de la luz
en nuestro interior, nos ponemos a la defensiva, defensividad que se traduce en
un alejamiento afectivo-comunicacional, en una actitud de piedra y de pared
(stonewalling). Esta indiferencia marcada por el silencio es una táctica de
poder y control en la relación. Es decir, el poder y control está articulado
con la supresión de la expresión afectiva y comunicacional abierta y honesta.
¿Podremos
los hombres establecer con nuestras parejas mujeres relaciones donde la
afectividad, la apertura sincera-honesta y la equidad estén presentes?
¿Cómo
podemos aprender a escuchar a las mujeres? Ya que oír no escuchar cuando
mientras ella está hablando ya estamos elaborando lo que vamos a responder. A
los hombres que estamos tratando de desidentificarnos del modelo de
masculinidad tóxica, podría ayudarnos el proponernos ejercitarnos en escuchar a
las mujeres, en aprender a escuchar a las mujeres (porque no lo sabemos hacer),
en proponernos aceptar la rabia de las mujeres, intentar entender por qué
sufren y cuánto nosotros los varones tenemos que ver en ello.
Es
muy difícil, porque hemos sido socializados para vivir en una coraza defensiva.
Escuché a un hombre que es una ‘eminencia’ en masculinidades y violencia, que
decía que hay muchas mujeres feministas que son anti-hombres, que odian a los
hombres. Y una mujer feminista le respondió (esta mujer trabaja en reeducación
con hombres que perpetran violencia y abusos contra mujeres que son o fueron
sus parejas): ‘Yo trabajo con estos hombres desde un sentimiento compasivo,
desde un sentimiento de amor, al verlos esclavizados por su violencia. Ella le dijo: Podrías
ver, cuando ves a esa mujer enojada o resentida, detrás de ella, siglos y
siglos de abusos y vejámenes contra las mujeres; podrías incluso sentir una
pizca de ese dolor, entonces no te quedaría más que ponerte de rodillas y pedir
perdón por los crímenes, abusos y vejámenes contra mujeres realizados por
hombres a través de miles y miles de años en la historia humana’.
Las
nuevas masculinidades serán sólo una reinvención del poder patriarcal si no son
capaces de escuchar a las mujeres feministas, si no se interesan en conocer sus
vivencias, experiencias, sufrimientos y luchas. Estas masculinidades estarán
vacías y muertas si igualan la opresión que sufren los hombres (en su proceso
de socialización mutiladora de la ternura) con la opresión y violencia que
sufren y han sufrido históricamente las mujeres.
Un
hombre egresado de un grupo de reeducación dijo: ‘“Yo
veía a la mujer sólo como objeto sexual, pero con el tiempo, 2 a 3 años atrás,
empecé a relacionarme más con la mujer, no con una o dos, sino que con varias,
en organizaciones y a hacer cosas en conjunto, y eso me ha retribuido mucho
como hombre y eso ha sido muy gratificante en este tiempo, y las conversaciones
son muy activas, homogéneas, de temas sexuales, de parejas, de muchas cosas, no
era la visión que yo tenía de ellas”.
Pero
este proceso de descondicionamiento del silenciamiento (mordaza en la que hemos
sido entrenados y programados los hombres), esta liberación es un proceso, no
es algo breve, y requiere que conectemos con nuestra biografía, con nuestra
corporalidad, sus corazas y anestesias, con nuestras propias emociones y las
partes sensibles y vulnerables que quedaron desplazadas y excluidas de nuestra
identidad masculina, o del ideal de nuestro yo.
En
otro grupo con hombres, uno decía: ‘decirnos las cosas entre hombres es
valioso, eso antiguamente era prohibitivo entre nosotros’. Y otro luego
comenzaba a abrir una escena de su vida: ‘…él no nos pegaba, mi padrastro, pero
mandaba a mi mamá que nos pegara, la obligaba, él no permitía que conversáramos
con él’. De ahí proseguimos a explorar esta y otras escenas, con sus roles,
vínculos, nudos, afectos, creencias, etc., buscando destrabar significados y
emociones, y poder desalojar de los cuerpos aquellas identificaciones y
valoraciones del modelo hegemónico machista, para hacer un espacio y darle voz
a todo aquello.
Otra
escena de socialización en esta masculinidad tóxica, que está definida como un riesgo
para la salud propia y ajena, donde es característica la ausencia de cuidado de
sí mismo y de otros y otras, relata lo siguiente: ‘Cuando dejé de ser un niño
mi padre se alejó de mí,…, después nació mi hermanito chico, no me atrevía a
darle un beso, yo estaba super enternecido y tenía el drama, ¿pero cómo le voy a dar un beso si él es
hombre? Si entre los hombres no nos damos besos, ya estaba entrenado para
no dar cariño, y ahora con mis hijos también, yo quiero hacerles cariño a mis
hijos y ellos me rechazan, claro, yo mismo se los enseñé, …, nos enseñan a ser
rudos y firmes’.
El
problema de anular la expresión de la ternura, siendo esta una emoción básica,
genera graves problemas incluso en sentirla, al mutilar la sensibilidad e
identificarse con esta rudeza y el ideal de autosuficiencia, los hombres no sólo
no estamos mandatados a no expresar dependencia ni vulnerabilidad, sino que también al sentirlas,
luchamos contra estos afectos en nuestro interior, intentando controlarlos y someterlos.
Los
hombres consultamos considerablemente menos por depresión, nos suicidamos en
escala notablemente mayor que las mujeres, acudimos a los servicios de salud
médica y dental cuando ya está muy avanzado el deterioro en nuestra salud y
escasamente de manera preventiva. En definitiva, nos cuesta tanto pedir ayuda porque
afecta nuestra falsa imagen de hombría basada en la autosuficiencia que nos ha
sido implantada.
Un
hombre con una adicción a sustancias me dijo en una primera sesión: ‘Yo no
debería estar acá’. ‘¿Por qué dices eso?’ le pregunte: ‘Porque yo soy hombre y
debería salir por mí mismo de esta situación?’
A
1695 hombres atendidos en SERNAMEG por maltratar a mujeres que son o que fueron
sus parejas, se les preguntó: ¿Se cree capaz de llegar a evitar la violencia
por sí mismo? Un 57% dijo que siempre y un 32% que algunas veces,
siendo sólo un 11% los que indicaron que nunca. Es decir, un 88% manifestó problemas
para expresar dependencia, reconocer su vulnerabilidad, no nos es fácil
renunciar al control con nosotros mismos, ni al mandato social de
autosuficiencia, que nos condiciona a ser como islas.
En
un grupo psicoterapéutico mixto de hombres y mujeres, dirigía un ejercicio de Alba Emoting para conectar con la emoción básica y universal de la ternura, a
los hombres que participaban les costaba notablemente más esbozar una leve
sonrisa y seguir y sostener las instrucciones, estar con el cuerpo relajado y
suelto, dejar caer los hombros y las manos sueltas a los lados, ladear un poco
la cabeza, mirar al frente y sostener una respiración profunda, suave, lenta y
relajada. Invariablemente hombres y mujeres llegaban a sentir ternura, pero las
imágenes variaban, ya que en los hombres estaba más la tendencia a ver
a sus madres sintiendo ternura por ellos o a ellos sintiendo ternura por sus
hijas mujeres. Pero en ellos la ternura entre hombres no estaba, a diferencia
de las mujeres de este grupo que no tenían dificultad para sentir ternura por otras mujeres; el amor entre hombres es mal visto, pero la homofobia es sólo un
pretexto para descalificar la ternura, basado en la creencia que para ser 'hombre' hay
que suprimir esta y otras características consideradas por la cultura como
‘femeninas’ o 'infantiles'.
¿Podremos
los hombres aprender a acogernos y aceptarnos a nosotros mismos con respeto y
con amor, con ternura? ¿Y podremos hacerlo con otr@s? ¿Cómo y qué necesitamos
aprender?
Creo
que para los que ya somos adultos, necesitamos atravesar una serie de
experiencias individuales y grupales que nos permitan rematrizar nuestros
roles, nuestra identidad y nuestras pautas de interacción y de comportamiento
–de hombres-. Estas experiencias y vivencias deben ser integradoras de nuestra
corporalidad, afectos, cogniciones y de los vínculos que establecemos.
No
debiera estar ausente la reflexión, el análisis, la voluntad personal y el
esfuerzo de cambio que es la suma de varios intentos por relacionarnos en el
cariño más que en la exigencia. Podría ser un vasto programa de experiencias de
cuidado propio y mutuo, cuidar de otr@s y dejarse cuidar entre hombres.
La Rueda del Poder y Control, nos muestra 10 manifestaciones
abusivas. Necesitamos aprender qué es la violencia y cómo son los varones que
no son violentos, esto aún no tiene respuestas definitivas, sostengamos esta
pregunta...
Están
las violencias que todo el mundo conoce como tal, pero también las violencias
blandas, naturalizadas, invisibles, paternalistas y normalizadas en la cultura (los
llamados micromachismos) que son difíciles de autodetectar.
Puedo creer que no
soy machista ya que cocino, lavo ropa, me dedico a las tareas domésticas,
porque lloro, uso aros, pelo largo, me pinto los ojos sin mayores conflictos
internos; es decir, no siento que por esto esté perdiendo mi masculinidad. Pero
si me miro más finamente, si presto atención y me analizo en distintos
escenarios internos y externos en mi vínculo con mujeres y hombres, puedo ver
la programación de mi subjetividad, ideales, sueños y fantasías, la
colonización de mi identidad por el patriarcado (algo mucho más grande que mi
insignificante presencia, un acervo de condicionamientos histórico biológicos,
como un inmenso tren que está detrás mío y me va a arrasar).
Pero creemos, tenemos la ilusión de ser nosotros, de que lo que
hacemos, sentimos y pensamos es de nuestra autoría; sin darnos cuenta que
estamos inmersos en este sistema cultural patriarcal, en esa educación del
poder sobre otr@s. Nuestra libertad duerme o no existe, ya que sin saberlo
actuamos roles de género masculino que están formateados desde antes que naciéramos.
A estos roles y acciones se les ha llamado formas de dominación ‘suave’,
sexismos ‘benevólos’. Los micromachismos utilitarios son los que se aprovechan
del entrenamiento en el cuidado femenino y le niegan a las mujeres la
reciprocidad en el cuidado.
Los micromachsimos encubiertos son variados, pero creo que la
auto-indulgencia y la auto-justificación es uno estrategia bastante compleja
con múltiples facetas. Las mentiras de nosotros los hombres. Darnos cuenta de nuestras mentiras nos puede
llevar a un verdadero hacernos cargo y ser coherentes. Estas mentiras a veces
son conscientes, como por ejemplo cuando al ser infiel con nuestra pareja se lo
ocultamos, y mantenemos esa información privilegiada (privilegio masculino) e
inequitativa con ella.
Nuestra
infidelidad oculta, este sacar ventaja de las mujeres está tan naturalizado en
nosotros, estamos tan maqueteados en esto por el modelo patriarcal, que incluso
nos cuesta pensarlo, cuestionarlo y enfrentarlo como aprovechamiento. La
infidelidad es sólo un ejemplo.
La negación de nuestros privilegios y abusos
cumple la función de no perder los beneficios que obtenemos de las mujeres, así
como si es posible ‘hacer desaparecer del propio mapa mental y emocional’ la
idea de haber cometido este engaño y de usufructuar de ese privilegio. Negar,
minimizar los abusos, o culpar a la mujer del mal trato, se realiza de manera
abierta, pero también disfrazada de narrativas ‘elocuentes’, pero que siempre
están diseñadas para no asumir nuestra propia responsabilidad.
Estas
narrativas o cuentos que nos contamos y le contamos al resto y a ellas, son mentiras que ensalzan, mistifican o justifican
el dolor que hemos causado a una mujer y a un niñ@, son una excusa para limpiar
nuestra propia imagen. Conocer la estructura de creencias que subyacen en estas
narrativas puede ser una forma de salir del engaño, al dejar de justificarnos nos abrimos la posibilidad de dar los siguientes pasos para reparar los daños.
‘Lo
hago para tu bien’, ‘lo hago porque te quiero’, la idea del amor, de corrección,
de poner límites. Acá están variados roles como el Corregidor, el Educador, el
Supervisor, figuras que en los discursos legitiman el maltrato o el control.
También el Protector, o el Proveedor ante esta criatura que necesita de guía y
que colocamos en un lugar más bajo o menor al nuestro, el lugar de la
Opositora, la Rebelde, la Que no Sabe.
El
alarde que hacemos cuando ejercemos nuestra Paternidad, el Buen Padre o del
Buen Marido o Pareja contrasta con la realidad de miles de mujeres que crían solas
a sus hij@s o que se entregan de pleno al cuidado de la relación de pareja de
manera más silenciosa. No habría porque aplaudirlo, simplemente estamos
haciendo lo que corresponde.
Otra
narrativa es la del hombre Víctima, el Ofendido, la mujer acá no es una niña o
sujeta que necesita guía paternal, sino que es una amenaza, es mala, el hombre
insiste en que se defiende de ella o del monstruo que tiene de hijo. Se trata
de una violencia de defensa frente al peligro, que se ha tenido que soportar
injustamente y la violencia es un intento de volver al equilibrio y al orden
perdido. Esta mala mujer o mala madre no responde a lo que debería ser según
los mandatos culturales, ella falla, ella lo desafía, lo hace sentir impotente
al atacar su narcicismo omnipotente (ilusorio del modelo masculino ideal
tradicional). La prepotencia es un intento de restaurar la fantaseada
omnipotencia perdida. Ella nos ataca cuando intenta hacer lo que quiere,
decidir por sí misma, tomar decisiones y ejercer su libertad e identidad.
Muchos
de nosotros necesitamos que compren nuestro discurso de justificación, buscamos
colusión de otros cuando narramos la historia acomodada a nuestro favor. Pero
sufrimos inconscientemente por representarnos a la mujer como portadora de la
vida por poder concebir en su vientre a otro ser humano, como portadora y dueña
de la ternura, el erotismo, la vida y el amor al cual no tenemos acceso (la envidia al embarazo descrita por el analista salvaje George Groddeck versus la envidia al pene de Freud). Le exigimos
y cobramos a ella el amor que no recibimos, de ahí nuestra tan diseminada fantasía que
confunde el control y la propiedad del cuerpo de las mujeres con el amor;
siendo el control un intento no reconocido de lograr su amor a la fuerza,
adueñándonos de ella. Y violentándola de maneras extremas, con el intento femicidio / femicidio frustrado o bien el consumado, donde ejercemos una venganza surgida de la envidia, una
sensación de carencia extrema, de extremo sufrimiento que sólo se nos aquieta
al ver desaparecer aquello tan idealizado que nos hace sentir ese doloroso vacío.
Para
relacionarnos con equidad podríamos desarrollar todos los aspectos humanos
proyectados en las mujeres, lograr una hermafroditismo o bisexualidad psíquica,
ser seres humanos completos e integrados, relacionándonos no desde la necesidad
de absorver y devorar a la mujer, sino que desde el compartir; donde lo que
importa no es la posesión permanente de ella sino que la integridad de uno
mismo.