domingo, 25 de julio de 2010

Lo bueno, lo malo y lo feo. Extracto de Liz Greene

Solo la aceptación de la imperfección y de la injusticia, en la vida y en nosotros mismos, puede permitirnos perdonar y hacer las paces con aquello que no podemos alterar o redimir. A través de las experiencias personales de dolor, cada uno se conecta con la raza humana.

La sanación parece empezar primero con el reconocimiento de la amargura y la aceptación de que parte de la desconfianza es válida y verdadera, dada nuestra penosa historia humana. Esto puede implicar el abandono de una falsa espiritualidad que enmascara una considerable angustia subyacente; y puede también requerir encarar el salvajismo y la complicidad propios, a menudo activados inconscientemente.

La sanación parece implicar la renuncia a cualquier derecho a la inmortalidad o poder divino. Cuando el mítico Quirón resulta herido, en agonía, se retira a su cueva y pide la muerte, que se le concede; entonces deja de ser inmortal para ser mortal y liberarse del sufrimiento. Este mito sugiere que la sanación de Quirón no trata de "arreglar" cosas, si no de abandonar la fantasía de que somos como dioses y capaces de cambiar todo. Aceptar la mortalidad es también aceptar los propios límites y el reconocimiento de nuestra vulnerabilidad.

Algunas cosas no pueden asegurarse y nuestra determinación por sobrevivir puede cegarnos hasta el punto de herir a los otros y a nosotros mismos.

Los humanos, en este momento, estamos lastimando mucho a otros humanos; nos sentimos confundidos y desconcertados cuando nos descubrimos capaces de sentir prejuicios y odios ciegos; e igualmente confundidos y desconcertados cuando descubrimos que nuestra compasión y generosidad pueden ser explotadas fría y cruelmente. No podemos curar lo que se ha destruido irremediablemente, así como el dinero como compensación no resucitará a los muertos, no erradicará los horrores del pasado, no se acercará a las raíces del dilema.

Se nos da una gran oportunidad cuando podemos ver nuestro propio mal como colectivo, sumergirnos profundamente en el veneno de nuestras antiguas heridas y encontrar una nueva perspectiva que nos permita hacer las paces con la naturaleza imperfecta de nuestra herencia humana. Podemos muy bien sentir amargura por la injusticia o por la corrupción de la ley, o por nuestros políticos, o nuestras instituciones religiosas.

Podemos sentirnos furiosamente frustrados por la búsqueda infructuosa de los criminales de guerra serbios, o los juicios interminables a rufianes de todo tipo que salen libres porque la habilidad de un abogado prueba ser más poderosa que la verdad a voces. Podemos a veces abandonar la esperanza por Palestina, por Kosovo, por Irlanda del Norte, por Ruanda, por Chechenia, por Sierra Leona. Posiblemente nos desilusionemos por todas estas cosas porque a pesar de nuestros mejores esfuerzos deberemos hacer concesiones, sin encontrar soluciones, y los muertos no resucitarán. Sin embargo tenemos que encontrar una forma de vivir con estas cosas y conservar nuestra fe en aquello que definimos como el bien supremo.

El mito de Quirón interesa por su aceptación final de la muerte, porque ya no puede soportar más su dolor como inmortal. Quizás, bajo esta conjunción, necesitamos renunciar a nuestros suenos infantiles de inmortalidad, de que un Estado benefactor y divino cuide de nosotros, o creer que, tanto en nuestras vidas personales como en el mundo exterior, la bondad se ve reconocida y recompensada inmediatamente y la maldad castigada.

La sanación por Quirón-Plutón viene con una mezcla misteriosa de duro realismo y profunda compasión: aceptando el mundo tal cual es, al mismo tiempo que evitamos la amargura, la resignación pasiva, y el adoptar la posición de la víctima.