lunes, 7 de septiembre de 2009

Fase de Intervención de la Deconstrucción o desmontaje de la escena o momento violento


Lo he realizado de dos formas. Uno a través de preguntas y ir creando un dialogo con nuevas preguntas, donde coordino y facilito el ir desmenuzando junto a los varones el comportamiento violento en intenciones y creencias (a través del Diario del Control).  Apuntando a crear el sentido de duda y una visión crítica sobre sus comportamientos violentos y sus creencias sexistas y machistas. Apuntando a un pensar distinto que lleve a un actuar distinto en la relación con la mujer, a un cambio en las interacciones y en el tipo de vínculo con ella.
La otra a través de técnicas psicodramáticas, corporales y regresivas, donde guío hacia la focalización del hombre en alguna sensación corporal  específica presente en el momento violento, más bien, en la recreación de este momento. Son generalmente sensaciones de impotencia, rabia, humillación, etc. El hombre las reconoce, las vivencia, lo guío hacia la plena focalización corporal, cenestésica y afectivo-fisiológica de esa dimensión de su violencia.
Desde esta dimensión, busco articular pensaminetos con sentimientos,fisiología y comportamiento; que se experimente esta tetrada y se vivencie su unidad. Es desde este lugar desde donde  algunas veces me dirigo a la exploración histobiográfica del sujeto, es decir, intento buscar que emerga una escena biográfica como un locus que pueda ser matriz del comportamiento violento. 
Algunas veces esta escena o escenas surge en forma espontánea (esto la menor de las veces). Va a depender de cuan caldeado se encuentre este sujeto en el proceso de la sesión, pero en la mayor parte de la veces, lo que hago es direccionar el proceso en base a la pre-señal, sensación – sentimiento,  para inducir desde ese estado de concentración hacia escenas regresivas, que tengan un claro parentesco experiencial desde conexión y asociación corporal-emocional. 
Existen variadas fórmulas para orientar esta inducción. En el interior del sujeto pueden emergenr escenas biográficas con carácter de locus o escenas fundantes de una matriz rólica violenta. Es decir, escenas o cadenas de escenas, que no sólo fundaron comportamientos sino que construyen identidad, de roles, y estilos vinculares. 
  Son escenas traumáticas, donde estos hombres al ser niños han sido víctimas y testigos de violencia. En donde la elaboración del proceso traumático se elaboro a través de la identificación con el victimario (Ferenczi).

La intervención psicoterapéutica de esa escena es el inicio de una rematrización rólica, vincular e identitaria. A través de técnicas psicoterapéuticas psicodramáticas analíticas, desarrollo un proceso que involucra diversos pasos psíquicos de reconocimiento, contención, expresión, procesamientos, elaboración, metabolización, simbolización, resignificaciones, juegos y ensayos alternativos de comportamientos, etc.

En los procesos de identificación, la identificación con el victimario es el ultimo recurso o defensa yoica para no caer en una desintegración o dolor aniquilante que desfigura el yo, lo fragmenta y lo psicotiza. La identificación con el victimario como recurso de defensa ante el traumático dolor  vivido en la posición de víctima, ya sea vicario(como testigo) o directamente, es una de las defensas psicopáticas, de mejor estructuración que la defensa psicotizante destructiva de la aniquilación y fragmentación de la realidad y del aparato psíquico.
  En “The Wall", Pink, el protagonista, luego de caer en una depresión y  fase psicótica, donde representa su proceso de desintegración yoica de la realidad, en fantasía de ser convertido en gusano y múltiples fragmentos que intenta ordenar en el suelo y que están destruidos. Y estando en un profundo dolor flotando en la piscina, pasa a identificarse con el victimario, una especie de nazi que desea limpiar su vulnerabilidad proyectada inflingiendo dolor, discriminación y malestar en otros, a los cuales golpea en la calle.
El abordaje de escenas biográficas tomadas desde la perspectiva de matrices rólicas y vinculares, por el ser  momentos atravesados por la violencia. Me parecen  (desde mi quehacer clínico)  momentos críticos para la reparación. Dada desde la conexión emocional que se posibilita, para la expresión y la catarsis en la identificación o posición de la víctima, donde entran en juego las habilidades terapéuticas  de contención, de sostener y no evadir ni evitar los sentimientos. El propio desarrollo de la persona del terapeuta, su fuerza yoica, el espacio de confianza, vinculo y respaldo, favorecen y contienen este abordaje y el mantenimiento en el foco traumático.
Cercanía, presencia, intimidad, acompañamiento, contacto. Aspectos difíciles de desarrollar si lo que existe en un esquema cognitivo-afectivo es la normativa hegemónica de género que proscribe la intimidad psicológica entre hombres, que estimula la autosuficiencia, y es ancla de sentimientos de soledad masculina, donde el contacto es riesgo y amenaza, donde presente la homofobia , la fantasía inconsciente a la intimidad es siempre violatoria. Desde esta comprensión, es necesario abordar y transformar los sentimientos e ideas masculinas hegemónicas en torno a la intimidad entre hombres, antes de aventurarse en abordajes regresivos que implican este profundo acompañamiento. 
La contención dentro y fuera, desde el o la terapeuta y desde el hombre que se atiende, es previa al procesamiento posterior que se requiere para que la catarsis sea integral, o de integración, y no sólo una catarsis emocional, si no que un proceso de simbolización y resignificación."Yo te acompaño, no va a pasar nada, siente, hábleme, dime, sientélo, acéptalo, acógelo, deja que el dolor pase por ti". 

Sea en psicodrama grupal o bipersonal, corporal o interno, el intercambio de roles entre diferentes partes de sí mismo, y diferentes sí mismos de diferentes edades, es una alternativa para  la contención, protección, como no lo fue, es una juego cuidador donde se puede hablar a sí mismo, acariciarse , abrazarse, contenerse. Expresar, así como no lo fue en esa escena biográfica donde tuvo que reprimir y anestesiarse para adaptarse a ese entorno violento, de paso interiorizando la violencia, su justificación y su naturalización. Las múltiples herramientas psicodramáticas, corporales y artíticas permiten un variado sombrero de mago para facilitar la expresión y contrarrestar el estancamiento, haciendo un traje a medida para el hombre particular, reconociendo su diversidad que ha sido uniformada en el traje hegemónico.
Desde el desanestesiar, desde el conmoverse, busco articular el remedio cognitivo a la justificación y naturalización, a través de verbalizaciones que puedo hacer yo mismo o puedo pedir al hombre que las repita y se las repita a su niño puesto en escena, como: “Nadie tiene derecho a maltratarte”, “Tu tienes derecho a ser querido, cuidado, tratado bien, con respeto, ha ser escuchado”, “Tu te mereces todo el cariño, el afecto”, “Tu eres un buen niño, querible, especial”. Derecho a...,  me merezco que...., tu eres...; buscando abordar las resignificaciones que me parezcan oportunas, sobre sí mismo, sobre el medio, sobre la violencia, sobre los otros, sobre la escena, etc. El ritmo, el nombrar las formas de violencia, desarticular las paradojas doble vinculantes, nombrar los daños y marcarlos como temáticas a seguir abordando desde la reparación de sí, desde la imagen corporal, la identidad y los mecanismos defensivos; entendiendo que la rematrización rólica, vincular e identitaria es también un proceso, no un evento único; ya que la violencia contra sí mismo y contra la mujer también ha sido un proceso traumático, no un evento traumático único.
  

Efectividad de los programas para varones que maltratan.

Extraido de: Propuesta para el tratamiento en la comunidad de los agresores intrafamiliares.Propuesta desarrollada a petición del Consejo General del Poder Judicial para la discusión de la misma en la Comisión Interinstitucional creada al efecto.Barcelona, 21 de mayo de 1999.Santiago Redondo Illescas y Vicente Garrido Genovés.
En relación con la efectividad de los programas aplicados, los datos de que disponemos nos informan de una efectividad modesta aunque real: en decenas de estudios evaluativos revisados por Saunders y Azar (1989) las tasas de reincidencia -especialmente en agresión física- fueron inferiores en los grupos tratados que en los controles. Los tratamientos fueron, en cambio, menos efectivos para reducir la violencia psicológica. Sin embargo, es verdad que muchos de los programas aplicados hasta la fecha no han sido, por lo general, suficientemente intensos, o muchos sujetos los han abandonado antes de su finalización. Además, los estudios de seguimiento no han tenido tampoco la suficiente duración para comprobar la efectividad a largo plazo. Por todo ello, aunque contamos con programas prometedores, en el futuro deberán aplicarse con mayor integridad y evaluarse de manera más precisa.
Uno de los proyectos más ambiciosos de evaluación de programas para agresores familiares ha sido el desarrollado en Canadá por Lemire et al. (1996) en la Universidad de Montreal. Estos autores han revisado 126 estudios evaluativos y han comparado las peculiaridades y la efectividad de los programas aplicados en la comunidad y de los aplicados en el marco del sistema de justicia (especialmente, dentro de las prisiones). La mayoría de los programas revisados por ellos han seguido el modelo cognitivo-conductual, aunque también se encuentran referencias al análisis feminista de la violencia, y a los modelos psicodinámico y sistémico. Desde una perspectiva histórica, en primer lugar se aplicaron programas en la comunidad y, posteriormente, de éstos se derivaron programas para su aplicación en instituciones correccionales. Entre las conclusiones principales de la revisión de Lemire et al. (1996) figuran las siguientes:
1. En lo concerniente a la voluntariedad o no de los programas de tratamiento, estos autores defienden la necesidad de adoptar una perspectiva realista: es evidente que muchos agresores no reconocen la existencia del problema y no tienen motivación intrínseca para el cambio de conducta. Por ello, en palabras de Lemire et al. (1996), “¡con frecuencia es necesario ayudar a la naturaleza!”. Esto es, confrontar a estos agresores a la necesidad de efectuar cambios en su vida y en su comportamiento participando activamente en un programa de tratamiento. Esta motivación extrínseca puede ser estimulada por la propia pareja, por la familia, por los amigos y, también, por la justicia. Por esta misma postura se decanta Benítez (1999).
2. Los programas correccionales deben dirigirse a atajar tanto la violencia física como la violencia psicológica.
3. Consideran muy importante la implicación de las familias en el marco del programa de tratamiento.
4. Por último, concluyen que muchos programas de tratamiento con agresores familiares están obteniendo resultados prometedores que se concretan en la mejora de sus habilidades prosociales para la vida en pareja y en reducciones significativas de las tasas de reincidencia en el maltrato.