Ps. Atilio Macchiavello Rodríguez.
Esta película reproduce fidedignamente diversos ámbitos del problema, mostrando aspectos individuales, familiares, sociales y de las instituciones o servicios que dan respuesta al problema. La veracidad de los personajes permite utilizarla en un proceso pedagógico de sensibilización, como también en psicoterapia; los hombres podrían reconocerse-identificarse, reconocer y asumir su violencia y aspectos de su masculinidad estereotipada.
El que los varones puedan reconocerse a sí mismos ejerciendo violencia, es la primera meta en reeducación con varones que ejercen violencia contra sus parejas. Asumir la propia violencia es un proceso, así como todo proceso de asumirse a sí mismo como una persona con diversas características que uno cree no poseer. Estos procesos no terminan con el término de las sesiones reeducativas y/o psicoterapéuticas. El reconocerse, aceptarse y responsabilizarse de las propias acciones impositivas, de actitudes intimidantes y humilladoras, el no negarlas ni hacer como que no sucedieron, es un proceso que va en fases, no es lineal, y las sesiones de intervención buscan sembrar algunas semillas, abrir y estimular la reflexión, las búsquedas, la autoindagación y la observación de sí.
La negación no siempre es deliberada y consciente, no sólo tiene como finalidad el ocultar la propia violencia a otros, por vergüenza, ni solamente por la conveniencia de beneficiarse de los privilegios masculinos que someten a la pareja. La negación es también un mecanismo defensivo, y por lo tanto es inconsciente, y en cierta medida se mantienen los comportamientos violentos y sus sentimientos negativos fuera del nivel consciente, del yo, de la parte con la que el varón se autoidentifica y se define a sí mismo.
De esta manera, la violencia y sus sentimientos son recluidos a la sombra personal, proyectados en la mujer que los “provoca”, y muchas veces vividos como algo ajeno, como un monstruo que se le escapa al hombre, como una olla a presión que revienta. Estas metáforas a parte de ser justificatorias, muestran fantasías en las que el varón desplaza fuera de sí, de su consciencia, de su yo y de su responsabilidad personal la violencia y el abuso que ejerce. Generalmente un varón en esta situación mantiene una fantasía de sí, busca conservar una imagen buena de sí, una máscara que intentará importar y sostener ante los demás y ante sí mismo.
El propósito de la intervención con varones que maltratan es buscar que cada varón se haga responsable, no coludir con sus negaciones, lo cual es igual a no coludir con su violencia y estar en definitiva contra el abuso. Negar es distinto a problematizar cualquier situación por la que se atraviesa y se vive; negar es justificar ciegamente, no permitirse ver el propio problema, en este caso es no querer perder el privilegio que se obtiene con el abuso de poder, no hacerse cargo, no hacerse responsable y continuar ganando y sacando algún un tipo de ventaja del vínculo con la mujer.
Me interesa subrayar que problematizar con los varones que ejercen abusos contra sus parejas (o ex parejas) no es algo que llegue dado y construido desde las primeras sesiones, sino todo lo contrario, se avanza de a poco. Ya que se intenta ir en contra de una serie de impedimentos y topes que el varón carga consigo mismo: el ocultamiento por la vergüenza, negación consciente e inconsciente, tergiversación del grado y tipo real de violencias usadas, minimizaciones, identificación con la violencia, complacencia abierta o encubierta con la violencia y sus símbolos y valores, naturalización-habitualidad y acostumbramiento a las violencias machistas, distorsión perceptiva e interpretativa de los hechos, internalización de la violencia como actos heroicos, como actos justificados de manera mistificadora (por un bien superior, 'por tu bien', 'para cuidarla', 'ella no sabe', 'yo la protego', roles paternalistas, proveedores, situaciones ubicadas el el lugar de 'El Bien' y de "La Verdad"); o muchas veces ubicándose en el rol del Ofendido y de la Víctima y ubicándola a ella en el rol de la Loca, Desequilibrada o Enferma.
La negación, minimización y la externalización de la culpa no son sólo actos narrativos hacia la mujer y hacia terceros, también ocupan un lugar interno en la dinámica psíquica del varón, impiden reintroyectar los pesados sentimientos de sentirse mal consigo, esa cuota de malestar que si el varón la acoge y le hace un espacio interno, le permitiría problematizar, plantearse y motivarse hacia un cambio en sí mismo.
¿En qué punto se encuentra la motivación de Antonio? El personaje principal de la película ¿Problematiza o no? ¿Cómo problematiza? ¿Tiene un foco de problematización? Son dos lugares muy distintos y distantes el que si su motor para acudir a tratamiento está en que ella no lo deje o en que él la deje de abusar, maltratar y humillar.
¿Cree Antonio que de repente es violento o ve que esa violencia esta casi permanentemente presente en él? ¿Tiene esa violencia para él, el carácter de algo ajeno, como un monstruo que se le escapa o es producto-reacción de cosas que hace Pilar? ¿Cómo es que Antonio minimiza su violencia, minimiza las consecuencias negativas de su violencia hacia ella (la rabia y resentimientos de ella contra él, el miedo de ella y su desconfianza a él)? ¿En alguna parte de sí tiene algún grado de conciencia que hace daño?
¿Cree Antonio que de repente es violento o ve que esa violencia esta casi permanentemente presente en él? ¿Tiene esa violencia para él, el carácter de algo ajeno, como un monstruo que se le escapa o es producto-reacción de cosas que hace Pilar? ¿Cómo es que Antonio minimiza su violencia, minimiza las consecuencias negativas de su violencia hacia ella (la rabia y resentimientos de ella contra él, el miedo de ella y su desconfianza a él)? ¿En alguna parte de sí tiene algún grado de conciencia que hace daño?
Más allá de todas estas preguntas, lo que sí me parece es que el tratamiento entregado por el psicólogo en la película, es deficiente, pobre e inadecuado; está marcado por la pasividad, el no pronunciamiento del profesional, una falta de directriz en la intervención.
Las mujeres, niñas, niños, jóvenes que son víctimas de Violencia de Género en las relaciones de pareja o ex pareja no pueden esperar a que los hombres se decidan o se convenzan a cambiar y a
dejar de abusar y maltratar. Por lo cual, los tratamientos psicológicos, reeducativos con varones que ejercen estas violencias nunca pueden ser una respuesta única y aislada a la problemática. Es necesario que la intervención reeducativa y psicológica sea una parte de una respuesta integral al problema, de una respuesta interinstitucional, multidisciplinaria, de una comunidad, de un país, siendo esta respuesta coordinada, integrada y con criterios sintonizados al unísono: donde el eje y el foco principal y constante sean promover y asegurar en cada procedimiento y en cada intervención la protección y la seguridad de las personas víctimas.
Esto implica que no basta sólo en dejar descansar la solución en una respuesta psicosocial, ni menos sólo de salud mental, sino que debe realizarse un trabajo constante entre las redes institucionales, locales, barriales, como estrategias de intervención con la familia extensa, descentralizando el problema del ámbito privado. Así que toda la red y los servicios se mantengan contacto y en coordinación fluida.
El psicólogo de Antonio en la película no parecía en contacto con otros servicios de atención de mujeres víctimas de violencia, para que estas le hubieran ofrecido a Pilar apoyo psicológico, orientación, asesoría legal y necesidades temporales de vivienda, alimentación y empleo; para darle a ella una respuesta de protección frente a los peligros, y ofertas para el desarrollo de su autonomía -que son puertas de salida del régimen malos tratos y violencias-. Pero antes que todo: ¿Cómo atender al varón para que supere su violencia, sin conocer la violencia relatada por la mujer víctima o por las otras víctimas involucradas?
No puede existir un psicólogo, tratante o centro de atención para varones que maltratan que sea una isla respecto de todos los otros servicios sociales, de salud mental, policiales y judiciales. La evaluación de la mujer víctima u otras víctimas de dicha violencia, entrega entre otras cosas un reporte de dichas violencias, se triangula la información, se coteja, se confronta con la realidad, no se queda en el estancamiento que genera la negación y minimización tan frecuente del varón, y en esta falta de información tan esencial para proteger la integridad y la vida. Estas evaluaciones son realizadas por equipos que no atienden a esos varones y que incluyen indagaciones en todas las formas de violencia, no sólo las físicas, así como detalles de las situaciones, que permiten determinar con más exactitud las características del maltrato, de la relación vincular, de la personalidad de varón que violenta, de su grado de negación y minimización, de la intensidad de las violencias, los peligros, las posibilidades o no de efectividad de una intervención reeducativa, así como del tipo de acciones e intervenciones que se ese sujeto requiera. Por lo que este tipo de intervención con varones es muy difícil y muchas veces imposible de realizar de manera adecuada y responsable desde las instituciones privadas o desde una consulta psicológica privada.
La demanda de tiempo y de coordinación con los equipos de atención es alta; la orientación y protección a personas víctimas debe mantenerse durante todo el proceso de intervención en forma fluida, y especialmente cuando l@s profesionales consideren o tengan dudas con respecto al riesgo vital de la mujer o de otra persona involucrada. Además l@s profesionales responsables de la intervención psicosocial de los varones deberán informar a los Juzgados y a la red de los resultados, avances, peligros, estancamientos del proceso, sobre todo si existe abandono y deserción, o si la intervención no da frutos dada una extrema negación o bien una minimización absoluta de parte del varón.
Otro aspecto fundamental de este tipo de intervenciones, es que tienen un enfoque ecológico, multidimensional, se deben abarcar todos los niveles que sean necesarios. La intervención es especializada, posee elementos psicoterapéuticos y reeducativos en lo psicosial, no se debe descartar la intervención especializada en salud mental. Si bien los hombres que ejercen violencias de este tipo no lo hacen porque posean una patología mental, un trastorno de personalidad o un cuadro de síntomas clínicos; es necesario, evaluar a cada hombre de manera individual, y evaluar también su estilo de personalidad, si posee o no un trastorno de personalidad u otros cuadros clínicos como depresión, bipolaridad, adicciones, etc.; dado que cualquiera de estos trastornos afectan y contribuyen de una manera particular a las formas de ejercer violencias, por lo que a su vez deben ser abordados, de manera conjunta y paralela a la intervención psicosocial reeducativa.
Un foco que no puede saltarse en la intervención es el poder y del control, es decir, que el objetivo de toda violencia (consciente o inconsciente) es someter. El comportamiento violento, sea físico o verbal, es el cómo ocurrieron las cosas; este es el aspecto que muchas veces es más evidente, más visible: se ejecutaron actos de maltrato, se dijeron palabras abusivas, las cosas ocurrieron de determinada manera en un lugar y en un momento determinado.
Pero cuando se entiende que el objetivo del uso de la violencia es someter, se está en el nivel de la intención, del para qué, es decir, que se quiere conseguir al usar esta o aquella forma específica de abuso de poder (violencia). En concreto: que se quiere que la mujer haga o deje de hacer, que se consigue, se logra al usar violencia, que se aventaja, o que beneficio trae el uso de esa violencia. La violencia es instrumental para conseguir poder y control, busca prohibir, ordenar, imponer, obligar, corregir; es por esto que la violencia, viola espacios fundamentales de la persona violentada (espacio físico, emocional, social, mental), y es una forma de violación-vulneración de las libertades y de los derechos de los seres humanos. No se trata de un mero descontrol de impulsos.
Si bien la 'terapia' que se muestra en la película no considera este aspecto de dominación humana, la película en la totalidad de su guión sí lo aborda como tema central. Aparece sintéticamente condensado y oculto en el título de la película y en la escena de intimidad sexual de la pareja, en donde Pilar “se entrega” en un juego erótico en que le va dando todo su cuerpo a Antonio.
Aquella escena cargada de sentimiento erótico, no sólo en el sentido sexual genital, sino que también en el puro sentido del eros griego, que implica la necesidad de fundirse y trascender más allá del yo individual, en una unidad o fusión mayor que en este caso es la unión de pareja (la creación de un nosotros). Pero en esta escena aparece la fantasía cultural patriarcal: Pilar se entrega, va jugando a darle partes de su cuerpo…, se “da”…, Antonio no se da. Ella se entrega al nosotros, pero él no se dona a sí mismo; él en vez de sentirse que se funde, siente que se apropia de ella.
Los metaideales de género introyectados en Pilar le dicen que lo que se espera de ella como mujer, y sobre todo como mujer casada es que renuncie a sí misma, que sea para su marido y para los demás, y en última instancia para ella misma. Todo esto esta operando no sólo en Pilar, sino que en Antonio forma parte de sus expectativas, de lo que él cree que debe ser así. Expectativas irracionales o argumentos ciegos o como dicen Los Prisioneros “porque Dios también es hombre, porque Dios lo quizo así”. “Soy tuya, soy toda tuya” podría ser en resumidas cuentas lo que resuena desde el fondo del alma de Pilar en esta escena. Esto puede ser leído por Antonio como “no eres tuya”, es decir, no eres una persona por derecho propio.
Los seres humanos en general y particularmente los varones patriarcales estamos educados ancestralmente y con un gran respaldo histórico a creer y sentir como natural nuestro sentimiento de dueñez y propiedad por todas las cosas: animales y plantas que hay sobre el planeta, incluyendo en esta adquisición a las mujeres. Por lo que no es exagerado afirmar, que lo que se constela detrás de la
violencia de Antonio y de los varones que ejercen violencias contra mujeres que son o que fueron sus parejas es algo así como: “es mía, de mi propiedad, por lo tanto puedo hacer lo que yo quiera con ella”. Estos sentimientos de propiedad, pueden implicar una frialdad y crueldad muy maquilladas, de quien se arroja el derecho sobre un otro-objeto, no sujeto, a quien puede amar y odiar, destruir o hacer lo que “yo quiera con ese algo que es mío”.
Siguiendo la escena Pilar le sugiere a Antonio que vuelvan a ser como novios nuevamente. El se molesta refiriéndose a que llevan 9 años casados. Es decir, no quiere perder lo que él cree tiene asegurado, es de él, de su propiedad. Esta es la razón de porque Antonio echa a la hermana de Pilar del departamento y no la deja sacar sus cosas. Está encarnándose en él la creencia de dueñez y propiedad sobre las cosas de Pilar y sobre ella misma. Este idea-sentimiento posee diversas raíces históricas en diferentes prácticas culturales de nuestro pasado y también aparece en diversas mitologías como mandatos que tienen el poder de estructurar nuestra “realidad”. “... aparece en la Biblia, la principal fuente escrita de lo que se considera la vida espiritual en nuestra tradición judeo-cristiana. Dice el Génesis, Capítulo I, 26: “Así habló el Señor: tendrás autoridad sobre los peces del mar, las aves del cielo, sobre los animales de la tierra, y sobre las criaturas que se arrastran sobre el suelo”.
Esta tradición cultural patriarcal occidental de la que formamos parte, o sea, la concepción o cosmovisión judeo-cristiana, ha construido y educado en fragmentos - distinciones, considerándolas dualidades que se ordenan jerárquicamente, es decir, una sobre la otra. Esta tradición sostiene la creencia de la superioridad del espíritu por sobre la materia (cuerpo), del ser humano sobre la naturaleza y del varón sobre la mujer. Esta tradición fomentó la subvaloración del cuerpo, su subordinación, y la sobrevaloración del alma y posteriormente de la razón. Instauró la convicción de que sólo podemos alcanzar un bienestar permanente si sometemos al cuerpo y si vencemos sus tentaciones; ya que el cuerpo es depositario del mal, del pecado y de lo transitorio, y su bienestar es algo que debería ser trascendido. En este paradigma de la vida todo lo relacionado con lo espiritual, la mente, el intelecto y consecuentemente el varón, es decir lo que simbólicamente representa la línea vertical es superior; y todo lo relacionado con la materia, el cuerpo, la sexualidad y la mujer, que simbólicamente está relacionado con la línea horizontal es de calidad inferior.
La naturaleza, la materia (el cuerpo y la sexualidad) y la mujer son igualadas en valor en esta simbología. Humberto Maturana analiza a un Dios espiritual masculino, que da autoridad a Adán para ser Señor del mundo, lo que sienta las bases para subvalorar la naturaleza y a las mujeres como “siervas” de estos “Señores” y a ser subvaloradas como diferentes de la imagen de este Dios masculino. Así el sujeto masculino como dueño o señor sólo atiende sus propios deseos, negando los de sus siervos obedientes. Se rompe así la unidad con la naturaleza, con las mujeres y con el propio cuerpo y por consiguiente con las propias emociones. Este mandato mitológico que da la calidad de autoridad y señor principalmente a los sujetos masculinos, será el guión que dirigirá los dramas en que los seres humanos se negarán las unos a los otr@s como legítimxs otrxs.
En la 2ª sesión grupal de hombres mostrada en la película, aparece en la mayoría de los hombres la creencia cultural y la expectativa que “ellas tienen que estar siempre ahí... a disposición”; “que no es un gusto, es un deber de ellas” y un “derecho” de ellos disfrutar de ese deber (lo que en realidad no es un derecho, sino que un privilegio masculino). Esto no es confrontado o señalado por el personaje del psicólogo tratante, quien se queda sólo en la periferia del fenómeno. En un tratamiento así es necesario señalar estos aspectos o crear narraciones o dinámicas que aborden el tema de la desigualdad de poder, y las consecuencias o sentimientos que esto genera en un vínculo de pareja, el cual se debiera caracterizar por la simetría.
El control y el dominio juegan un papel fundamental, siendo la intención de someter un elemento central. Este legado de nuestra cultura patriarcal, en occidente se orientó hacia “la producción y la apropiación, lo que generó que en nuestra cultura asociamos nuestra identidad a los resultados y a las cosas que poseemos, quedando ciegos a nuestro presente. Pero lo peor de esta cultura fue llevar la producción y la apropiación a las relaciones humanas, siempre queriendo algo del otr@ y no para el otr@, y con el continuo intento de controlar al otr@, y, por lo tanto, siendo ciego ante él o ella, por que controlar al otr@ implica su negación, así como la negación de nuestra manipulación de la relación” (Humberto Maturana).
En el encuentro a escondidas entre Pilar y Antonio en el Puente cerca del río, él le habla de su tratamiento psicológico, del libro para escribir sus sentimientos y pensamientos de ira, y le promete cambiar. Su atención o foco de recuperación, cambio o rehabilitación está centrado exclusivamente en controlar su violencia y su ira. Pero queda totalmente invisible para él el objetivo de superar su necesidad de control sobre ella, y le llama la atención en forma totalmente irrespetuosa y absolutamente vertical sobre como se está vistiendo, haciéndola sentir mal y sin percatarse de ello.
Edward Bach, médico inglés, en 1936, en su investigación sobre la cura de estados anímicos a través de esencias florales, se refiere a este mismo aspecto al decir que “la codicia (como apropiación de otra persona) conduce al deseo de poder, y por lo tanto es una negación de la libertad e individualidad de toda persona. En lugar de asumir que cada uno de nosotros está aquí para desarrollarse libremente de acuerdo a su propia línea de conducta y según los dictados de su Alma. La personalidad codiciosa desea imponerse, moldear y dirigir” y agrega “…, para muchos seres humanos, sus batallas más duras deberán librarlas en sus propios hogares, y antes de lograr libertad suficiente para obtener victorias en el mundo, deben liberarse a sí mismos de la dominación y control adversos de algunos familiares cercanos".
La negación de la libertad o de la individualidad de otro/a es una forma de ceguera, la ceguera de no ver la participación ante nuestra vida en común, lo que nos limita en la comprensión de esto que ahora se nos aparece como ajeno, en la otra trinchera. Toda pareja idealmente tiene un proyecto de vida, en el cual participan, comparten y construyen; la violencia entendida según la definición de Mahatma Gandhi como “cualquier intento de imponer nuestra voluntad a otra persona”, divide y destruye este proyecto de vida en común. En las relaciones humanas el intento de controlarlas implica necesariamente la negación del otro/a, ya sea en una exigencia de obediencia a través de un argumento racional ciego a este otr@, o mediante la amenaza, la coerción, la intimidación; amenazas muchas veces de imponer, someter, dañar.
Estas separaciones, fragmentaciones y oposiciones jerárquicas propias de nuestra cultura patriarcal, generan una “falta de confianza tremenda”, tanto en los procesos naturales del propio cuerpo, como en los procesos cíclicos y compensatorios de la naturaleza, como también la desconfianza de los varones en la libertad, energía, sexualidad y sentimientos de las mujeres. Esta falta de confianza se expresa continuamente en discursos acerca de las fuerzas naturales que tienen que ser dominadas o controladas; en continuos intentos de someter al cuerpo a sobre-esfuerzos, castigos y privaciones para la “conquista” de algún bien material o espiritual; o en la falacia de privar de libertad, aislar a la propia pareja, controlarla, vigilarla, interrogarla como una manera de asegurarse que esté al lado del varón, de asegurarse él con un falso cariño y una compañía forzada.
Por esto que en la película muchos de los acercamientos de Antonio están cargados de una tremenda ambivalencia para Pilar. Cuando le regala los aros o cuando la va a visitar, siempre están en continua mezcla y confusión el nivel de ilusión, amor o enamoramiento v/s el nivel de control, intimidación, sentimientos de miedo, incomodidad e inseguridad. Cada uno de los acercamientos de él es una forma primitiva que mezcla sus afectos y sus necesidades afectivas con el intento de atraparla, de restringirla y de aislarla. Es por esto, que interroga a su hijo Juan sobre su madre cuando juegan fútbol (lo cual es una manifestación de violencia masculina); también es la razón de porque se enoja cuando ella se tarda en llegar; o él porque cuando la va a ver al trabajo ella se asusta; o también, es la razón de que no la apoye en su proyecto de trabajar fuera de la ciudad.
Pareciera que Antonio en alguna parte de sí sabe que ha basado su relación en la mantención de privilegios, los que siempre implican la opresión de ella. No ha basado el mantenimiento de su relación de pareja en la afectividad, el compañerismo y el ser agradable con ella. Desde esta base, es claro que presente una inseguridad en sí mismo y en lo que ha hecho, con el consecuente temor a que ella lo abandone. Si sumamos a esto el alejamiento que tiene de su propio mundo afectivo, su inexpresividad o pocas competencias para expresarse adecuadamente, su impulsividad, y sobre todo su incrustada creencia en que Pilar debe comportarse como una “mujer casada”, o sea, que en algún sentido es suya, vamos a tener que él siempre la va a acosar, limitar y privar de cualquier forma de desarrollo. Todo para poder sentirse a salvo y seguro.
Esta falta de confianza y deseo de control sobre toda “ la línea la horizontal”, como explica Humberto Maturana, han resultado en “la neurosis, el fanatismo, el sufrimiento social, la guerra y el crimen”. Es decir, la violencia en sus distintas manifestaciones: los desastres ecológicos que amenazan nuestra existencia como seres humanos; los dolores corporales incomprendidos o enfermedades que hay que combatir y eliminar, o los “ataques imprevistos” de nuestros sentimientos que es necesario reprimir. Todo esto se traduce en nuestra falta de libertad, espontaneidad y comprensión de nuestro cuerpo y emociones.
Y en cuanto a la relación con las mujeres, la violencia contra las mujeres tiene un amplio espectro en distintos espacios y contextos, siendo las inequidades y las discriminaciones contra las mujeres formas de expresión de estas violencias, así como situaciones estructurales que mantienen a muchas mujeres en estados de opresión. A nivel de las relaciones íntimas afectivo sexuales entre varones y mujeres los efectos negativos se vivencian en el distanciamiento afectivo en las relaciones de pareja, mujeres que ya no quieren estar con sus parejas varones, que quieren dejarlos, que han perdido la confianza en ellos, han perdido el cariño y el respeto; o mujeres que están silenciosa o abiertamente resentidas. Todo esto resultando también en el aumento para los hombres del aislamiento, la soledad y el dolor.
“…por esta falta de confianza y permanente deseo de dominio, no vemos, o vemos demasiado tarde, que no es el control sino que la comprensión lo que le da armonía al vivir, encanto a la coexistencia, y libertad creativa en nuestras relaciones”. Y que “la atención a los deseos y necesidades del otr@, destruye la autoridad (dominio) y crea la amistad (compañía). Cuando esto ocurre la obediencia es reemplazada por la cooperación, y la lucha por la aceptación y respeto mutuo en la coexistencia” (Humberto Maturana).
El que un varón renuncie a usar violencia, entendiendo esta como cualquier forma o intento de imponerse ante su pareja, es una meta que no se limita a realizar sesiones reeducativas en grupos de varones, se requiere reeducación en todos los espacios de una sociedad, en los diversos contextos y utilizando variadas metodologías y herramientas para todas las edades.