Muchas veces la línea divisoria entre los hombres que
ejercen abuso o violencia psicológica de los que no lo ejercen es muy débil.
¿Por qué a los hombres nos cuesta tanto incorporar la igualdad de derechos y
libertades, e incorporar los afectos en las relaciones de pareja? Afecto y
poder se articulan en la dialéctica entre el autocontrol y el control con
nuestras parejas. Nuestra represión emocional no es sólo una forma de
autoviolencia, también impacta negativamente en nuestros vínculos como parejas.
Silenciar nuestros propios sentimientos y emociones,
doblegarse a sí mismo, hace bisagra con el silenciar las quejas de la mujer,
cuando nos negamos a conversar abiertamente, a discutir y dialogar, no
afrontando los conflictos, a través de la defensividad y las actitudes de
indiferencia.
En este distanciamiento emocional (falta de intimidad
psicológica), el objetivo es mantener la posición de privilegio y el no ser
cuestionados. Las creencias que sustentan estos comportamientos dicen relación
con que los hombres nos ubicamos en el lugar de la Verdad, de la Objetividad;
desde donde descalificamos con mucha frecuencia cualquier expresión de queja,
molestia, dolor y rabia en la mujer; caracterizándolas de brujas, histéricas,
menopáusicas, etc.
No sólo no soportamos lo que sentimos con la rabia y el
dolor de las mujeres, sino que a la vez no queremos escuchar sus legítimas
críticas por encontrarse en una relación inequitativa, donde nos beneficiamos
de privilegios en lo doméstico, en la crianza, en el uso del tiempo libre, etc.
Es necesario que los hombres reparemos en cómo nuestro
analfabetismo emocional se relaciona con el uso del poder en los vínculos. El
slogan feminista "lo personal es político" adquiere total sentido
para poder cambiar. No se trata sólo de 'apoyar' a las mujeres; es también
mirarse y desarrollarse en los espacios íntimos, en el hogar y nuestra
interioridad; en la receptividad, la espera y la ternura, en encaminarse hacia
un nuevo ideal de género: el hombre sensible y empático; donde tenga lugar el
sostener a otros y otras, para que se desarrollen según su propia libertad y su
propio sentido de vida.
Atilio
Macchiavello Rodríguez
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