sábado, 17 de julio de 2010

La codicia desde las ideas de Edward Bach

Las enfermedades no son materiales en su origen, surgen de conflictos entre distorsiones de la personalidad temporal y la energía y sentido del alma transpersonal. Este conflicto es una disociación, punto en el cual la energía se obstruye y deviene el dolor y la enfermedad, siendo estos últimos señales no accidentales en el cuerpo humano, llenas de significado y que están ahí para poder restablecer el orden y la armonía con las leyes divinas-naturales.

La codicia es un deseo profundo de poder sobre otr@s, es una negación de la libertad y de la individualidad de todas las almas. En lugar de reconocer que cada uno de nosotros está aquí para desarrollarse libremente en su propia línea según los dictados del alma solamente, para mejorar su individualidad y para trabajar con libertad y sin obstáculos, la persona codiciosa desea gobernar, imponer, moldear, controlar y mandar.

Cualquier deseo de control, o deseo de conformar la vida ajena por motivos personales es una forma terrible de codicia y no deberá consentirse nunca. La codicia sería el defecto raíz  que está detrás de las personas que sufren por los otros, que se preocupan en exceso por los demás, que son muy estructuradas, y que ante cualquier circunstancia o persona que atente contra sus opiniones, se alteran y potencian sus síntomas. Susceptibles e hiperpreocupados por los actos, los decires y los pensamientos de otros y otras. Preocupación que tiene por finalidad evitar pensar en ellos mismos, sentir lo que les pasa, y actuar por sí mismos.

Los otr@s dejan de ser legítimos otr@s (como diría Maturana), y pasan a ser una extensión de las propias necesidades. Se intenta vivir la propia vida a través de un otr@ u otr@, se deja de reconocer las particularidades y la diferencia de ese otr@.

La codicia se termina cuando se decide virar hacia la libertad ajena y propia (liberar a otr@s es la única forma de liberarse), hacia reconocer la individualidad y particularidad de cada quien, cuando se reconoce que los caminos son distintos, únicos y es necesario que sean absolutamente así. Interferir en los destinos ajenos y obstaculizar la certeza del prójimo tranquiliza a la persona codiciosa pero altera el sentido evolutivo de desarrollar nuestra individuación.

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